EDUARDO TERNERO. LA VOZ FLAMENCA. Se llamaba Antonio Grau Mora, pero todos lo conocían por “Rojo el Alpargatero”; rojo por el color de su pelo y alpargatero por el negocio familiar (hacer alpargatas). Antonio nació en Callosa de Segura (Alicante) en 1847 y, a pesar de no ser andaluz, se le ha considerado como uno de los mejores cantaores de la historia del flamenco, sobre todo de los cantes de la minas, aunque también fue un gran maestro en otros cantes.
El “Alpargatero” trabajó con su padre, fabricando alpargatas, hasta que tuvo que incorporarse al servicio militar. Eso le cambiaría la vida. Su destino en Málaga le puso en contacto con cantaores de la época, con los cafés cantantes, es decir, con lo mejor del flamenco de aquellos momentos. Dotado de una gran voz, y dominando ya algunos cantes, tendría una de sus primeras actuaciones en Almería (1873) en el Casino de la capital del levante andaluz. Por entonces los elogios de la prensa se hacen eco de los requiebros y florituras de su garganta. Allí, en Almería, conocerá a la que sería su mujer, María del Mar Dauset, hermana de la popular artista, la grandiosa “Carmencita”.
Siete años más tarde (1880), abandona el negocio de las alpargatas y se instala definitivamente en Málaga con su compañera. Su afán es convertirse en artista profesional del flamenco, porque, es allí, dada la cantidad de cafés cantantes que había, donde proliferan los grandes cantaores del momento, con los que compartirá y alternará no solo en las tertulias sino en los escenarios. El “Rojo”, aprovecharía para ir dando a conocer a sus coetáneos, tanto a compañeros de escenario como al público en general, los cantes que él había ido aprendiendo por la Unión, Almería o Cartagena, es decir, se empeñó en impregnar al flamenco con los cantes de Levante.
Por aquellas fechas, 1883, fueron muchos los que se sintieron atraídos hacía Almería, por el descubrimiento de un gran filón de plata en el Jaroso, en la Sierra de Almagrera. “El Rojo”, que no fue minero, seguramente estuvo en contacto con el mundo de la mina para vender sus alpargatas; pero, pudo conocer el mundo de la minería y los cantes que aportaron los que llegaran de los distintos puntos, de la geografía andaluza y española, para extraer el mineral.
Dos años más tarde se instaló en la Unión; allí regentó una posada y se daría a conocer como cantaor, adquiriendo gran prestigio por su forma de decir el cante. El negocio hotelero fue en aumento y sus conocimientos de los cantes de Levante también. Abriría un café cantante y una sala de juegos. Amplió su posada y continuó cantando para un público que se acercaba a escucharle de todos los lugares de la región.
Con el tiempo, abriría otra posada en Cartagena, siendo conocido por todo el mundo del flamenco de la época. Es simpática la anécdota cantaora, grabada, que se estableció entre Escacena y él. Escacena cantó una cartagenera en la que dice “…que en Cartagena se le perdió el sombrero y ¿quién vino a encontrarlo? Rojo El “Alpargatero”. Al oírlo, este, le contestaría con otra cartagenera concluyendo “…que Escacena nunca estuvo en Cartagena”.
El Rojo continuó configurando los cantes de la Unión y Cartagena; elevó los sones de Levante junto a dos de sus grandes amigos: D. Antonio Chacón y Fernando el de Triana, que pasaban temporadas con él en la que compartían conocimiento. Sería este un trío que daría la forma definitiva a esos palos de levante, tal y como los conocemos hoy.
Podemos decir que, “Rojo el Alpargatero”, fue uno de los grandes intérpretes y creador de los Cantes de las Minas; sobre todo en la configuración de la taranta y la cartagenera y otros cantes de levante. Después serían la Peñaranda, Chilares, Enrique el de los Vidales…, quienes los expandieran. Cuentan que el “Alpargatero” tenía la costumbre de ponerse en su ventana cada mañana a escuchar los cantes de los mineros que iban a trabajar a las minas de la Unión. De ellos recogía su musicalidad, sus letras… y fue allí donde empezó a darles forma, a acomodar sus letras como la taranta, la cartagenera, la minera…, eso sí, siempre imprimiéndoles un sello propio.
Pero, “Rojo El Alpargatero”, no solo cantaría por los cafés cantantes de su tierra natal, sino que lo haría por los Cafés Cantantes de Málaga, Almería, Madrid, Sevilla, Cartagena y La Unión. También fue uno de los primeros artistas en cruzar el Atlántico. Lo hizo en 1892 para la celebración del 4º Centenario del Descubrimiento de América. Allí actuó junto a su cuñada Carmen Dauset, “Carmencita”, en el Chickering Hall de Nueva York Por entonces, “Carmencita”, era la bailarina más aplaudida por el público americano.
El “Alpargatero” haría otra gira con su cuñada por los teatros de París, sobre todo en el Nuevo Circo de la capital francesa, donde cantaba para acompañar el baile de aquella artista española que había protagonizado la primera película de Thomas Alva Édison (el documental más antiguo sobre el arte andaluz), hablamos de 1894. Por entonces la cuñada del “Alpargatero” era considerada la reina de Broadway, en la populosa ciudad de Nueva York, de finales del XIX.
De vuelta a España hicieron una gira llena de éxitos por todo el país, hasta que “Rojo el Alpargatero” se instala para siempre en la Unión. Allí siguió regentando sus negocios y al poco los dejó en manos de sus hijos. Los hijos del “Alpargatero” estuvieron vinculados al mundo del flamenco, sobre todo Antonio, que heredó su arte y lo transmitió a los grandes cantaores que continuaron conservando los aires de Levante. Uno de ellos, Antonio Piñana, fue el primer ganador de la Lámpara Minera en el Festival de Cante de las Minas que se celebra cada año en la Unión, un concurso que se realiza desde 1961.
Antonio Grau Mora, “Rojo el Alpargatero”, traspasa con su cante el hermoso estilo del levante flamenco, imponiendo su sello propio, melancólico y con las variaciones que la impronta minera establecía, todo ello amparado por el carácter arrollador y carismático que demostraba ante los demás, algo que le valió no solo el respeto de los públicos sino el de los demás cantaores coetáneos, muchos de los cuales seguirían, a la postre, con sus enseñanzas. En la zona de la Unión destacaron: el “Pechinela”, el “Pajarito”, Juan “el Albañil”, el “Peluca”, el “Chinaque”…, en la parte almeriense sobresalieron: el “Ciego de la playa”, Pedro el “Morato”, El “Cabogatero” y en la parte de Jaén: “Frutos”, el “Cabrerillo”, el “Tonto Linares”, el “Bacalao”…
“El Alpargatero” moriría en la Unión (Murcia), en 1907, a la edad de 60 años, de una forma bastante precaria, a pesar de haber sido un gran cantaor, de haberse proyectado como un gran empresario y de haber innovado y ser precursor de los cantes de levante.
El Festival de la Minas tiene a bien conceder a entidades, peñas o a la mejor labor realizada en favor del flamenco, uno de los premios más queridos, el Premio “ROJO EL ALPARGATERO”.