Escuchar un cante por serranas nos retrotrae al XVIII-XIX, a movimientos de hombres por la serranía; nos conduce al bandolerismo, a ocupación del francés, a asalto de una diligencia, a robos en cortijos, al amparo de un pueblo que sufre injusticia. Nos invita a un escenario amargo de faca y arcabuz, jinetes a caballo, a una venta en el camino, a un romanticismo en el que se mezcla la soledad con ese contraste de libertad que da la sierra. Un cante por serranas nos trae aires y letras de desamores, de escenas bucólicas, de contrabando y de persecuciones por senderos de hombres que sufren el acoso, la injusticia...
La serrana es un cante que alude a la sierra, a las serranías de Ronda y Sierra Morena, a hombres que viven del contrabando en Gibraltar o Portugal; nos trae imágenes de arrieros, pastores, bandoleros, maquis que andaban perseguidos tras la Guerra Civil… Ya Richard Ford y otros muchos escritores nos los confirman en sus escritos, hablando de las serranas como un cante de posta y diligencia, de asaltos e injusticias, de persecución, presidio y muerte.
La serrana es un cante meloso, en el que podemos entrever aires de caña, de seguiriya, de liviana e incluso de calesera, con altos y bajos que requieren un gran esfuerzo del intérprete, ya que debe modular mucho y alargar los tercios.
Tal vez, en sus orígenes, fuese un tipo de canción cantada por los serranos, emparentada con la seguidilla manchega que los flamencos le fueron añadiendo aires de otros cantes. Posiblemente existiera la seguidilla serrana, que cantaban muchos y que fuese posible que en el primer tercio del XIX se separasen ambas. Algunos estudiosos del flamenco han querido atribuir su creación a Tobalo de Ronda, dado que la ciudad, a finales del XVIII, fue un centro neurálgico flamenco, pero no es nada concluyente, otros apuntaron al “Planeta”, que solía referirse a ella en sus cantes.
En la obra “Don Álvaro” del Duque de Rivas, allá por el 1835, en un pasaje, a una gitana se le dice que cante una serrana y unas corraleras. En la fiesta trianera la nombra Estébanez Calderón: “… hijos de este tronco son los oles, las tiranas, polos y las modernas serranas y tonadas” En este párrafo, al menos, podemos deducir que la serrana es un cante nuevo, acabado de cocinar y que aunque parezca que nos aleja de Tobalo, pudiera ser que su parentesco con la caña, nacida al albur de los cantes rondeños, anduviese rodando unas décadas hasta llegar a Triana.
Silverio, su gran impulsor, la iniciaba por liviana, continuaba con la serrana en sí misma y la terminaba con la seguiriya grande o ‘cambiá’, como macho, de María Borrico, que es lo que se suele hacer hoy día, con alguna pequeña variante de algún que otro intérprete. También es apreciable el cambio de unas zonas a otras, de la serranía de Ronda a Huelva o del norte de Córdoba a la Axarquía.
A finales del XIX, sería Antonio Chacón quien le diese la estructura que conocemos hoy y que cantan la mayoría de artistas. Según Don Antonio, las escuchó de “El Sota”; (no sabemos si tiene que ver con el cantaor de Belmez (Córdoba), Antonio Santos Tapia, “El Sota”, nacido en 1895; se nos antoja muy joven para Chacón.
En la serrana podemos encontrar una estrofa de cuatro versos de 7 y 5 sílabas alternas; el compás, ya lo hemos dicho, que es el propio de la seguiriya, pero algunos autores y músicos apuntan que dada la antigüedad de las serranas, podría ser que fuese la seguiriya la que “copiase” de alguna manera el aire y el ritmo de la serrana; todo lo contrario a lo que la mayoría estamos acostumbrados a escuchar.
En cuanto al toque no podemos hacer prácticamente diferencias entre el toque de la serrana y la seguiriya, solo que la serrana lleva un paso más calmado. Otros apuntan que podría ser que la serrana se apoyase, al igual que la liviana, en el compás de los fandangos ‘abandolaos’ de la sierra, sobre todo de las provincias orientales, que se fueron ‘aflamencando’ a lo largo de los tiempos. Tanto es así que antes, algunos cantaores la remataban con un verdial. Aunque también, con poca frecuencia, se ha culminado también por soleá.
Las letras de la serrana, además de la temática que ya hemos comentado, suelen ser de versos largos, melodiosos, en consonancia con la caña y el polo que se entremezclan con sonidos de la guitarra al compás de seguiriya.
En definitiva, podemos decir que la serrana es un cante de ‘policaña’ con aires de seguiriyas. Pero su cadencia es tal que, esa mezcolanza, nos lleva a rememorar el aroma de la sierra, a degustar olores a romero, tomillo, jara, etc.
Este cante nos conduce por el aire y la armonía de varios palos muy identificados; pero, al mezclarlos, al acompasarlo con letras alusivas a los ambientes serranos, nos hace deleitarnos con unos ‘sonios’ distintos, con sabor añejo.
¿Quién, escuchando una serrana, no respira aires agrestes, bucólicos; aires de monte, de caminos entre jarales, de aromas de Ronda y el resto de sierras andaluzas? Ya tuvieron su apogeo a mediados del XIX, cuando en los cafés cantantes era uno de los cantes preferidos por el público, no en vano estaba presente aún la memoria de la invasión y la lucha contra los franceses, estaba en auge un bandolerismo por todos los pueblos, debido a la injusticia y la persecución de la recientemente creada Guardia Civil. En un ambiente generalizado de hambre y calamidades; solo la caza furtiva, el robo o el contrabando podía sacarles de aquella miseria en la que estaba sumida Andalucía.
Ya hemos comentado que, en los cafés cantantes, se puso de moda el cante por serranas, un cante que seguramente se cantaba ya por los pueblos de la serranía y llegó a Silverio a través de novedosos intérpretes que contrataba para sus locales. Asimismo, aparte del gran Silverio que las interpretaba, la serrana es un cante muy exigente con sus intérpretes, que deben tener unas facultades portentosas para ejecutarlas bien.
En la historia flamenca, se consideran grandes cantaores de serranas a Gallardo de Morón, Villalta, Chacón, Fernando el Herrero, “El Portugués”, Antonio Rengel, Pericón… Quizás uno de los primeros intérpretes que grabara una serrana fuese Antonio Pozo “El Mochuelo”, en aquellos prehistóricos discos de cera de finales del XIX.
No se prodigan estos cantes hoy. Sin embargo, podemos apuntar a Luis de Córdoba, Curro Lucena, Calixto, Kiki de Castilblanco…
En cuanto al baile, igual que pasó con las seguiriyas en su momento, es una creación muy reciente y se la debemos a Antonio Ruiz Soler (Antonio el “Bailarín” hacia 1945; pero quien más las popularizó fue el bailarín/bailaor Vicente Escudero.
El pueblo gaditano de Prado del Rey, tiene a bien celebrar cada año – desde 1975 – el Concurso Nacional de Cante por Serranas, en la que, a lo largo de su historia, han participado artistas como José Mercé, Rancapino, Beni de Cádiz, Toronjo, el Cabrero, Chiquetete, Tina Pavón… y un largo etcétera.