No cabe duda que a Triana llegaría el pueblo gitano al poco de su entrada en Andalucía; se conoce por el empadronamiento en sus parroquias desde inicios del XVII; se sabe porque cantaban Villancicos en la Iglesia de Santa Ana, en la del Patrocinio, San Jacinto…, e instalaron sus chabolas y sus animales en la margen derecha del río Guadalquivir. Sabemos que a finales del XVIII ya se habían aflamencado muchos de los cantos, los romances tradicionales, las seguidillas manchegas, jarchas… El folklor andaluz había pasado, de tener reminiscencias de los muchos pueblos que se asentaron en esta tierra, a ser un ente propio, distinto de todos los movimientos musicales del mundo, era Flamenco. En eso Triana tuvo mucho que decir y fue gracias a su forma de ver la vida, de aquel sentir del trianero que supo coger lo mejor de los demás y transformarlo en una forma de ser, de expresar su diversión, su sufrimiento…, en una forma de vivir.
Como hemos comentado, el barrio se iría conformando en dos enclaves importantes: la Cava de los Gitanos y la Cava de los Civiles. Casi todo lo que sabemos de Triana, de su idiosincrasia, de sus gentes, sus artistas, se lo debemos a personajes que la amaron y que llenaron el XIX con sus escritos y con su conocimiento, no en vano vivieron y compartieron con su gente, se envolvieron en su embrujo. Sería el caso de Estébanez Calderón, Demófilo (padre de los Machado), Fernando el de Triana y otros muchos, escritores y pintores, que solían ser amigos de cantaores como Frasco “El Colorao”, Silverio, “El Planeta”… También, durante el XX, fueron muchos los que nos aportaron sus conocimientos como Blas Vega, González Climent, Félix Grande, Ricardo Molina, Antonio Mairena y un largo etcétera. Aunque también, ya lo hemos comentado, muchos autores extranjeros del XIX lo hicieron para el mundo, atraídos por la magia del flamenco y el romanticismo de la época.
Es sabido que, en Triana, convivían, desde muy antiguo, gitanos, negros, mulatos, moriscos y cristianos viejos…, (los más pobres), todos en una especie de familia común; sin embargo, hubo diferencias en la forma de decir los cantes. En la ribera del río existía una zona industrial donde se instalaron, desde muy antiguo, los alfareros, los “Barreros” que sacaban los lodos del río Guadalquivir y allí montaron sus talleres de alfarería y cerámica; allí instalaron sus hornos, sus tejares, ladrillares y algunas fábricas de jabones. Esta zona se fue repoblando de onubenses que ocuparon la zona del Patrocinio, que más tarde se bautizó con el nombre “La Cava de los Civiles” (allí estaba el cuartel de la Guardia Civil), que después se llamaría la zona flamenca del Zurraque (nombre de origen incierto y difícil definir su ubicación).
Sabemos que la linde entre las dos cavas era la calle San Jacinto; allí, continuando toda la longitud de la calle Pagés del Corro, estaba la Cava de los Gitanos, cuna del flamenco de más solera, donde antiguamente estaban los chabolas y las herrerías, donde se asentaron los canasteros y hojalateros; la misma que poco a poco se llenaría de artistas, toreros y personajes famosos que fueron habitando las calles Betis, Pureza, Rocío…, todo lo que rodea la plaza de Santa Ana.
Los cantes del Zurraque provienen de los propios alfareros y barreros que, al acabar la faena, se juntaban a beber y a cantar en las tabernas del barrio. En este lugar nacería un tipo de soleá que cantaba Ramón el “Ollero”, bautizada con el nombre de “Soleá de los Alfareros”; un cante muy ligado y melismático, sin la ‘jondura’ de la “Soleá Gitana de Triana”. Estos cantes lo hicieron una pléyade de cantaores, ninguno de ellos profesionales, que embellecieron con sus sones y su bien hacer los bares y las tertulias trianeras. Mentar al “Niño de los Burros”, “El Cartujano”, “Moralito”, “Pareja”, “Pintoporro” y un larguísimo etcétera, es hablar de cantaores que llenaron los finales del XIX y principios del XX.
Pero, no sería hasta mediados del XX, cuando a muchos los llevó, en contadas ocasiones, a subir a los escenarios: Emilio Abadía, Oliver “de Triana”, “el Sordillo”, Antonio “El Arenero”, Márquez “El Zapatero”, “El Teta” y Paco Taranto, uno de los más jóvenes de esta generación.
De alguna manera, se enfrentaron los modos de entender el cante, entre ambas Cavas; durante muchos años hubo cierta polémica. La soleá del Zurraque la calificaron como un cante payo, sin ‘jondura’, pero se tuvo que reconocer que era un cante melódico y bello, que estaba bien ligado y con mucha fuerza (parecida a la antigua soleá gitana), mientras que la soleá gitana fue buscando, con el paso del tiempo, más compás y hacer un cante más profundo, más ‘jondo’.
De todas maneras, ambos territorios musicales se reservaban para las fiestas privadas, para cantar con los amigos y entre ellos lo único que había eran disputas artísticas.
Muchos de los grandes cantaores que ha tenido el Zurraque han cantado los cantes de la Cava de los Gitanos y viceversa.
Ya sabemos que Antonio Mairena estudio y grabó ambos cantes, al igual que grandes artistas contemporáneos como Naranjito, Chiquetete, José “De la Tomasa”, Diego Clavel y muchos más que han dignificado todos los cantes de la otra orilla del Guadalquivir, Triana.