Opinión

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En cada pueblo, en cada lugar de nuestra tierra se ha cantado durante el desarrollo de labores agrícolas, ganaderas, mineras, pesqueras… Los jornaleros, los trabajadores, tenían que permanecer mucho tiempo en el tajo, en ese estado anodino que suponía estar en la parva, subido en un trillo; con la dureza de segar cereal a mano, guardar y cuidar al ganado, faenar en un barco contra las olas o con el miedo bajo tierra, extrayendo el mineral…Todo eso hacía que las personas se arrancaran con unas letras poéticas, unas letras nostálgicas, músicas de tiempos pretéritos; coplas, canciones oídas o inventadas.

 


 

En algunos lugares, estos cantes camperos tienen una musicalidad parecida a las nanas; en otros se puede apreciar que las arrieras se parecen a las antiguas caleseras... pero, generalmente, los cantes de labor se han cantado siempre “ad libitum”, es decir a voluntad, de forma libre y espontánea, sin seguir, para que nos entendamos, una medida musical. Una de las razones por las que la gente cantaba, se entonaba, daba musicalidad a la faena era porque los animales se distendían, se relajaban, se volvían más dóciles. Muchas veces prohibían esos cantes, los dueños, pues los animales se amodorraban y no rendían lo suficiente.


Podríamos incluir en este apartado de cantos de labor a los cantes mineros, la taranta, el taranto… pues creemos que es una expresión de los cantes de las minas que luego derivaron en cartageneras, mineras, murcianas… pero, entiendan que hay cantes que se pueden hacer durante la labor, como subidos a un trillo, desgranando maíz, guiando bueyes, sentado en el pescante … Ahora bien, con un martillo percutor, encorvados segando trigo, escardando ajos o barcinando se hacía imposible arbitrar aire de un pecho fatigado o sacar de la garganta una buena melodía. Seguramente se haría en los descansos, cuando se iba con el carro cargado de gavillas, al terminar la faena, de camino a la gañanía, a la salida de la mina…


Normal es que las letras fueran alusivas a sus trabajos; que se apoyaran en cantes que escuchaban: corridos, jaleos, canciones populares…, que se fueron acoplando al flamenco. Sería en zonas de las campiñas cordobesa y sevillana, por las lomas de Jaén, de Granada y al resto de las provincias, llegando a lugares de Murcia, Ciudad Real, Badajoz… No era exclusivo de Andalucía, muchos de estos provenían de antiguos cantos castellanos, cantes de labores agrícolas que, en muchos puntos de España se cantaba y se siguen cantando, con ritmos propios de cada región, sobre todo en el ambiente agrícola y ganadero.

 

Su disposición lineal y falta de melismas, nos hace pensar que pudieron tener su origen en los cantos de Castilla. Aquí en Andalucía se pueden enmarcar dentro de la modalidad de las tonás, y las podemos agrupar en tres grandes bloques de cantes camperos: “temporeras”, “trilleras” y “pajaronas”. Aunque en algunos lugares existan otras: aceituneras, arrieras; al final todo se generaliza como “Cantes de trilla”. Desde que se tiene conocimiento de estos cantos, se les consideró como parte del folklor popular; pero no sería hasta 1954 cuando se incluyeron como una variante más del cante flamenco gracias a uno de sus máximos defensores y recreadores de estos palos, Bernardo de los “Lobitos”. Muchos estudiosos del flamenco aseveran que fue Bernardo quien puso el acento y los giros flamencos a estos cantes.


Ni que decir tiene que, cantes de siega, de trilla, de las arrías, las aceituneras…, se refieren a un cante específico de cada una de las tareas. Estos cantes se suelen acompañar con expresiones y las voces: “arre” y “so”, o se nombra a la mula que tira del trillo y se intercala en medio del cante. También, por estos pagos, se hablaba de las temporeras. Eran cantos de arar, de coger aceitunas, de escardar ajos… y que en otros lugares como en Bujalance se les llamó “pajaronas”, en Marmolejo “araoras”. La toná característica del pueblo Casarabonela es otra forma de cantar durante la labor agrícola… y que cantara, de manera tan especial, el Niño de Bonela.


Los estilos cantaores de cada una de las provincias impregnarían estos cantes. Así, en Cádiz, éstos tomaron la impronta de las cantiñas. En otros lugares malagueños toman sones de ritmos ‘abandolaos’… En definitiva, se entonaban dependiendo de la musicalidad de la zona, de la labor, del intérprete. Por poner un ejemplo, en la campiña de Jerez los cantes de la siega se hacían más al estilo de las tonás antiguas, como lo hace Fernando de la Morena. En las zonas de Jaén se parecen más a las nanas.


En cuanto a métrica, son cantes libres, con medidas de estrofas como la seguidilla, tonadas, nanas… o formas trovadas sin acompañamiento musical, reflejando lo propio de cada comarca y, en muchas de las ocasiones, solo con los campanillos o los cascabeles como fondo. Para adentrarnos bien en estos cantes, debemos escucharlos imaginando la labor que desarrollan esos bueyeros, arrieros, yegüeros, la mies en la parva de la era, el sesteo y la chicharra… Los cantes de trillas no tienen una métrica determinada, aunque generalmente se usa la medida de 7-5-7-5 (parecida a la seguidilla).

 

Muchos flamencólogos incluyen en estos cantes la serrana, la bambera, campanilleros…, incluso las vidalitas. Nosotros pensamos que son otros tipos de cantes: la serrana derivan de la seguiriya, la bambera sigue el ritmo de la soleá (creación de la Niña de los Peines)… Empero, sí creemos, que las gañaneras, las besaneras… y otros cantes locales, se incluyen, por su libertad de ritmos, la estructura, el metro o la tonalidad de este tipo de cantes de trilla o de labor.

 

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En Torredelcampo, pueblo natal de Juanito Valderrama – uno de los grandes cantaores y estudiosos que ha dado el flamenco del siglo XX –, se suelen cantar las gañanas. Juan aprendió estos cantes de un campesino, Antonio “Hachuelas”, que seguramente las recrearía o fuese continuador de las primigenias.

Hoy, son raras las ocasiones en las que suelen hacerse estos cantes; casi nunca en festivales o peñas. Tampoco suele haber cantaores que los graben; solo se suelen cantar en zonas donde están presentes aún estas faenas, en pequeños pueblos, apartados, en las sierras… Hoy trajín y el ruido de las máquinas ocupan las tareas y el sonido de las labores agrícolas, ganaderas y mineras, aunque existen lugares donde se mantienen este tipo de cantes, que antaño tanto sonaron por los campos andaluces.

 

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En Puerto de la Torre (Málaga) se organiza un concurso de cantes de trilla desde los años 70, del XX, amparado por la Peña Juan Breva.También, desde hace algunos años, la localidad Arroyo de la Luz, en la provincia de Cáceres, convoca un Concurso de Cantes de Trilla, en el que han participado artistas consagrados como Jeromo Segura, Aroa Cala, Pedro Peralta…

 

De todas maneras, estos cantes no son los preferidos por el público ni por los intérpretes dado la poca vistosidad y musicalidad que sostienen al no ser acompañados por la guitarra.