Hermandades

San Agustín y alrededores fueron un compendio mágico de aquel sol de la infancia y aquellos días azules que rememoraba hace poco más de una semana el pregonero Claudio Jiménez Castillo. Niños músicos, niñas hebreas, niños saeteros, niños entusiasmados tras los primeros caramelos, niños todos en Domingo de Ramos esplendoroso en el que por primera vez pasaron los titulares de “la Borriquita” por delante del pasaje Sergio Rodríguez Herrera en imagen que también quedará para la historia. Y hombres bajo los pasos que hicieron de la salida por la reja de San Agustín un nuevo compendio de emoción y de garra.



Desde una hora antes del inicio de la procesión, San Agustín ebullió de personas, de almas ilusionadas con el comienzo de la Semana Santa marchenera en un día absolutamente agradable en lo climatológico a pesar del ligero viento en algunos momentos.


Últimos retoques, algunas carreras, las típicas prisas con olor a incertidumbre y la apertura de la puerta de la Iglesia de San Agustín con su crujir de maderas para dar la bienvenida a la Semana Santa de Marchena con el mando del paso a cargo de Antonio Martín y Raúl Osuna.

 


Niños pequeños desfilando en carro aún o en brazos de su madre, o andando, llenando de colorido la tarde hasta que llegó el momento de la emoción contenida y de la concentración extrema, de aunar la técnica con el espíritu de ser costalero y sacar de rodillas a Nuestro Padre Jesús de la Paz.


Ovación del público, colocación de los respiraderos y últimos detalles, de la corona del Señor que triunfal ha entrado a través de esos arcos de la Iglesia al espectáculo plástico y visual que es la Semana Santa de Marchena.


Y un año más, los sones de la banda María Santísima de la Palma acompañan al Señor en su salida con las marchas Cristo del Amor nada más pisar las calles y posteriormente a la vuelta por la revirá de Sergio Rodríguez y en homenaje al músico andar el paso con Milagrosa, y seguir con Azotes por calle Sevilla tras atravesar un pasaje iluminado por el azul cielo de Marchena, y saludar posteriormente a las Mercedarias en calle Sevilla.


Dejando atrás la imagen de San Agustín con capirotes rojos en el caminar de la procesión y palmas que son este domingo del color del sol, ya han dado más de las cinco y media de la tarde y Marchena se envuelve en su Semana Santa.


Atrás, viene María Santísima de la Palma con el blanco reluciente y su dorado palio con su fina elegancia característica y los capataces Manolo Benítez, José Manuel Conejero y Manolo Ramírez estudiando los milímetros que superar y que cubrir para llevar a las calles a la pulcra Virgen de exornos florales verdes y amarillas.


Esfuerzo, silencio y constancia encaminan a las puertas del templo y a la propia calle a la Virgen de la Palma, a la que el sol hace morena y morena ella hace a Marchena que la saluda entre un resurgir saetero de vivas voces viejas y de nuevas voces infantiles que le cantan con alma y talento tanto a su pie, como desde los balcones.


La calle Sevilla es toda reluciente y llena de balcones engalanados, apenas se adivina alguna nube blanca en el cielo y los niños esperan en brazos de sus padres entre la multitud de San Miguel, donde el gentío y la Junta de Gobierno de Nuestro Padre Jesús Nazareno y San Isidro Labrador también esperan ilusionados la llegada de la vecina imagen de San Agustín.


Estrella Sublime y Virgen de la Paz le tocó la Asociación Musical utrerana en la salida a la Virgen de la Palma, que en una esfera de divinidad y luz llega a San Miguel entre los cielos marcheneros y un Madre de la Iniesta y Reina de Triana que hace bailar lentamente y mecer el palio a las puertas donde descansa Nuestro Padre Jesús Nazareno.


Así, con la cadencia de que el tiempo es largo y de que el Domingo de Ramos da para lucirse porque luz ha sido el Señor de la Paz y María de la Palma en las calles, se mecen entre los dulces sones de la agrupación utrerana y el silencio de un público sumergido en el espectáculo que ve como casi la Virgen de la Palma, imperial bajo el fondo de la torre de San Miguel, quiere casi entrar en la Iglesia en símbolo de la sintonía con San Miguel, con el barrio, con el pueblo, con toda Marchena y con su Semana Santa.

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