El pregonero de Semana Santa 2011, Claudio Jiménez Castillo, nos envía el texto íntegro de su Pregón, pronunciado el pasado domingo al mediodía en la Iglesia de San Juan, y donde podemos apreciar con todo detalle los recorridos que realiza por nuestra Semana Grande. Agradecemos al pregonero su diligencia y amabilidad, y ofrecemos sin más dilación el Pregón.
PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE 2011
EL CAMINO
* Deseaba respirar. Salir y pisar la calle. Despejarme. Hinchar los pulmones y desinflar mi alma. En mi cabeza bullían mil preguntas y cada una componía, como si de piezas de un puzzle se tratara, el mapa de mi desasosiego.
* Necesitaba respirar. Echar a andar. Nadaba en un mar de dudas e incontables porqués. Como si el mundo se te cayera encima. Como si a los libros que leyeras y a las películas que vieras les faltara el final.
* Y caí. No una, sino decenas de veces. Y en cada traspiés percibí un nuevo moratón. Pero eran cardenales que no pintaban mi cuerpo; eran mellas en mi conciencia, en mi esencia de hombre todavía por formar en los albores de una adolescencia como todas las adolescencias, difícil, dolorosa y complicada.
* Y en mi primera caída un Niño me tendió su mano y me ayudó a levantarme. Y me guió por los pasajes de una MARCHENA milenaria, infinita, ancha como el océano, eterna como la noche, como una noche sin tapias.
* Y de la mano de ese Niño, me dejé llevar por calles adoquinadas en las que las casas se alinean formando hileras con cierros al exterior, con miradores hacia fuera, con ojos a la vida.
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* Y me condujo cuesta arriba por la Plaza Vieja. Y atravesé Los Cantillos, donde un torreón de piedra y almenas escolta desde hace siglos las cuitas de los hombres de campo, de aquellos marcheneros que se apostan en sus cuatro esquinas para ver pasar el día a día, que también es la vida. Y vi el danzar de los vencejos en la calle Las Torres, describiendo en el aire volutas, piruetas y circunloquios que ya quisieran bordar las oscuras golondrinas que esperaba Bécquer.
* Y enfilé más calles, donde la atardecida teñía de cobre las techumbres de tejas y pintaba de sombras malvas la cal del barrio.
* “No temas, ven conmigo y sígueme”. Y de su mano, de la mano menuda y blandita de aquel Niño, llegué a su Casa, que ocupaba todo un flanco del ensanche de la calle y que daba a una plaza con bancos y farolas de forja, con naranjos, y con un campanario en la esquina revestido de loza azul y blanca donde anida una cigüeña que sigue haciendo chocolate.
* Y el Niño me abrió el portón de madera, y cruzamos juntos el cancel, y la frialdad del templo se esfumó cuando me dijo, siéntate y espera.

* Y así lo hice. Esperé con la cabeza gacha sentado en un viejo banco marrón, en la quietud de una tarde que a las afueras sería ya noche, y de corrido, brotó mi oración… Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra y en el cielo…
* Y de repente, te volví a ver. En la rotundidad de un retablo dorado de columnas salomónicas. Vestido con un traje corto de color claro bajo el que se adivinaban las tiras bordadas de tus pololos. Y me fijé en tu cara, en tus cachetes sonrosados, en el torneado de tus cabellos. En tus manos alzadas, como diciendo ¿no me ves, soy un Niño que te pide que me cojas, que me tomes en tus brazos, que me acunes y que nunca me abandones?
* Y clavé mis ojos en los tuyos, que son los ojos de un vivir eterno. Y sentí seguridad, confianza, protección y asilo. Supe que tu mirada me daba auxilio, garantía y tranquilidad; que podía recurrir a Ti cada vez que me abatiera.
* Fuiste el dispensario de apósitos para mi alma, porque me diste fianza, inmunidad, certidumbre, convicción y estabilidad; tuve el convencimiento de que contigo no me faltaría amparo y que, aunque te hiciera feos, te fallara e incluso te negara con la peor de las municiones, que es la indiferencia y el olvido, Tú siempre me acogerías con los brazos en alto y la sonrisa serena, como ese Niño que busca el cobijo de sus padres, de quien parece que reclama protección, pero que es quien da refugio de veras.

* ¿Buscáis la FE? Yo sé donde habita la fe.
* El credo y dogma de mi vida pasa todo el año sonriendo a su feligresía desde el remonte de un Sagrario, donde recoge anhelos, ruegos, preces y gratitudes, y donde una vez al año, cada Jueves Santo, toma su cruz de plata y se hace mártir para caminar hacia una muerte que no es óbito, sino puente de tránsito.
* ¿Decís que tiene pena? El Niño que guía mis pasos no tiene pena, que va contento, con satisfacción y gozo hacia la redención de Marchena. Donde habita mi FE tiene un nombre, tan dulce como la espera de todo un año para verlo un instante pasar ante mí, camino de la puerta.
Dulce Nombre de Jesús, no me sueltes de la mano.
Apriétame fuerte y contágiame de risas, alegrías y alborozos.
Sé mi faro, mi horizonte y mi vigía.
Y dame fuerza y temple en este atril para llegar a buen puerto.
Y cuando todo pase,
vuelve a jugar conmigo y ven a sacarme de paseo.
¿Qué quién es ese Niño,
que es hijo de todos los marcheneros?
¿El que camina con saya de cola por las calles del municipio,
el que enseña su tripa y sus roscas con la pureza de un pañuelo?
Es el Dulce Nombre de todos los niños,
de los niños que fuimos y que todos llevamos dentro.
No nos desampares, Niño mío,
y vela por nuestros pensamientos.
Sé Luz y sé Guía
y reparte la bondad que llevas dentro.
Dulce Nombre de Jesús,
para ti es mi primer recuerdo.
Dije al comienzo que un día deseaba respirar,
y aquel día Tú me distes aliento.

INTROITO
Director espiritual y curas párrocos, señor presidente y miembros del Consejo de Hermandades y Cofradías; señor alcalde y concejales de la Corporación Municipal; hermanos mayores y rectores de nuestras hermandades; autoridades civiles, hermanos y hermanas. Amigos, cofrades todos.
* Permitidme que mis primeras palabras sean para agradecer el perfil realizado por mi presentadora. Gracias Ana. Gracias por decirme sí, por tu generosidad siempre con todos, por estar conmigo, con nosotros, en este día tan importante para mí y para todos los que vivimos fuera y guardamos un trozo de Marchena en el corazón.
* A cada enhorabuena, a cada ánimo, a cada felicitación. A todas las palabras de afecto que me iban llegando a través de mi familia recogidas de amigos y conocidos tras haber sido designado pregonero, siempre pensaba lo mismo: Más grande será la caída. La mía, por supuesto. Ése ha sido mi epílogo en los que han sido seis meses de auténtico vértigo interior.
* El día del pregón, este día, quedaba aún lejano en el horizonte, aunque marcado con un rotulador rojo en los pliegues de mi memoria. No tenía un ápice de miedo escénico. No temía ser examinado, ni juzgado, ni comparado, lo que me inquietaba era bajarme del tren en marcha en que se ha convertido nuestro día a día y pararme a mirarme en un viaje hacia dentro, de ésos para los que nunca encontramos el momento y que siempre postergamos para mejor ocasión.

* Mirarme, rebuscarme, sincerarme. Conmigo mismo, invocando la presencia de Dios, para buscar a un YO notario de su propia Fe, a un alter ego que tuviera siempre presta su caña para atrapar a ese don esquivo y dubitativo que serpentea como las aguas del Guadiana.
* Quisiera traspasar la pátina exterior de la monumental cita que es nuestra Semana Santa y penetrar en la raíz misma de su esencia, en esos cinco siglos de costumbres y tradiciones ininterrumpidas que convergen en el genoma de un hecho trascendental: la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo al entender de Marchena. Y lo que ahora os vengo a narrar, está escrito a pulso de teclado y sentimiento para glosar la más grande HISTORIA DE AMOR jamás contada.
* Si te dicen que caí, tiéndeme la mano y aúpame. Si te negué no una ni tres, sino decenas de veces, no hagas oídos sordos a mis plegarias. Si te olvido en mi vorágine, rescátame de la turbamulta y hazme volver y girarme para clavar mi vista en tu mirada límpida y serena. Y ven a mí en un periplo en sentido inverso. Tócame y hazme tuyo, porque tuyas son estas palabras que desde lo alto me dictas, que las escribe Marchena y que las cuenta el que hoy le toca ser pregonero.
* Y hazme verte, Marchena, ancha y henchida de capas blancas, como me gusta verte esos Viernes de mediodías tardíos por la calle Las Torres, los Cuatro Cantillos, San Sebastián y Santa Clara. De almidón lechoso y níveo, en sargas ondeantes al vuelo de acera en acera, enseñoreándote bajo un sol bravío que pide fiesta y día grande, y que en un quiebro, en un desliz, pasas Marchena a mostrarse sencilla y recatada con tan sólo doblar una esquina: la esquina de la calle Guillermo, donde te aguardan con las sillas a las puertas de sus casas.
* Haz de tus gentes una soga de manos que parecen tirar del Pasaje hacia arriba de un palio bordado en plata, un palio que cobija un reguero incesante de canales anegados por lágrimas. Y envuélveme en una bulla que se hace nazarena y que camina de espaldas, que cangrejea y que graba en su disco duro cachitos de los cinco sentidos que habitan en el alma. Oler tus flores, tu incienso dulce, sentir el escalofrío de las oraciones hechas saetas, vibrar con el arrastrar de las alpargatas. Petaladas benditas de las monjas en cuyas aulas eché a andar y lo hicieron también todos mis sobrinos, levantás al cielo… hasta embocar la última revirá, triunfante, a los pies de tu morada.

Caminamos, Jesús, a tu vera
en el susurro de la cera ardida y derramada,
en los flashes que alumbran el rostro oscuro que nos muestra lo mejor de nosotros mismos;
en las cruces invisibles de las mujeres de promesa que te siguen descalzas;
en las ropas de estreno del Viernes Santo en honor a ti y a tu nombre;
en las familias que se citan movidas por la memoria y la añoranza;
en los destellos de los armaos que te llevan del pretorio al monte de la Calavera, a ese Gólgota cruento en el que te desangras.
Caminamos juntos, Jesús,
en el escalofrío del alba que pinta el cielo del morado de tu saya,
en las medallas con tu perfil que cuelgan de nuestros cuellos justo a la altura del alma;
en tu REVOLUCIÓN que sigue anclada en la mano tendida al perdón,
en la tercera mejilla que nos ofreces por la calle de éste tu pueblo que no se reconoce si tú le faltas.
Caminamos, Jesús,
Cuando nos llamas con el aldabón de la conciencia,
Y acudimos con la mano en el corazón y el corazón en nuestras dos palmas,
Dejándonos la piel en tu mirada,
Siendo las salinas de tus lágrimas,
Aspirando el aliento de tu callada…
Tu silencio, Señor de Marchena que nunca nos fallas,
En ese modo de hablarnos sin decir una sola palabra.
* Quiero cantar tu júbilo cuando las hojas de una palmera tiritan, cuando se inicia una danza en una chicotá a cuclillas que despereza todo un año de dilación, aguante y ansias. Abierto queda el tarro de las esencias en el Domingo de Ramos, el que nos devuelve a nuestra niñez, a nuestros primeros hogares y casas.
* Hacia San Agustín corren con el postre a medio tomar chiquillos que estrenan rebecas de hilo blancas, y que juegan a buscar a sus amigos en una fila en la que es imposible poner orden, porque de barullo y de algarabía se trata. Una fila de hebreas con palmas y de nazarenos con el antifaz alzado y escudos de cruces mercedarias. Niños que piden sus primeros caramelos, y que tienden sus manos para emborrizar con gotas de cera unas bolas hechas de papel de plata. Y en las esquinas del Padre Alvarado me gusta ver cómo a lo lejos trota una borriquilla enfilando una avenida larga que deja a su paso un caleidoscopio de globos chillones que la moda da cada año cambia.

Yo quiero ser esa hoja que en tus manos viaja,
y que saluda a Marchena en este día de fiesta,
de ramos de olivo, de estrenos
y de esa Paz que el escritor decía que estallaba.
Yo quiero contar tiritas y esparadrapos
en los pies de quienes sólo ayer eran niñas de sandalias.
Merceditas y bailarinas que ceden su paso a tacones;
pandillas con hora de recogida,
que es lo mismo que decir un hasta siempre a la infancia.
Claroscuro de Virgen niña
que cambiara su Correa por una Palma
y que es la inocencia del día
bañada de sol por los rayos que filtra su palio de malla.
Volveremos a San Agustín
buscando chiquillos con rebecas blancas
para ver reflejado en sus rostros
el DOMINGO DE LA LUZ,
la PUREZA de sus miradas,
el EDÉN perdido y hallado,
la UTOPÍA del bien que se nos escapa.
Seremos niños entre los niños
que abren las puertas de nuestra Semana Santa
y que juegan, ríen y corren
junto a JESÚS DE LA PAZ Y MARÍA DE LA PALMA.
* Y por más que me duela, deseo verte teñida de negro, deseo verte enlutada. Y bucear en las tinieblas de la Noche en que se rasga el velo y el templo cruje con la agonía del Dios que salva. La Muerte sale a la calle con dosel imperial grana y bajando una escalinata.
* La muerte recorre una doble aspa de ocho calles envuelta en una bruma de incensarios de plata, y se pasea dejando su hálito en una boca entreabierta que exuda entrega infinita, pero que vierte dolor humano y musita rendición, abandono y toallas tiradas.
La muerte es recibida en duelo
en la solemnidad de una calle donde todos callan.
El silencio lo quiebran saetas,
salmos que son lamentos,
lamentos de cinco llagas.
Son cinco los quejíos lanzados en voz alta,
cinco los gemidos que nos transportan a otros tiempos,
en los que nuestros antepasados te desagraviaban.
Ahogo el tiempo en mi pecho,
detengo ese instante en el martirio que las quintas relatan.
Que no hace falta irse a los libros santos,
ni a los legajos de quienes rubrican la Historia para ser archivada.
Las letanías por la aflicción de Cristo
tiene en Marchena la memoria salva:
La Luna de Parasceve que alumbró de azul el rostro de Jesús mientras en el huerto oraba,
se asoma entre los olivares y baja por el cerro Parra.
Detienes el tiempo a tu paso,
cobra sentido esa aura.
De negro ruan con filos de sangre,
de Angustias con voces blancas…
La muerte siniestra y marchita
escala peldaños de una escalinata
y nos empuja al abismo,
al terror humano que destila la parca.
San Pedro presta su nombre
al Cristo que cuesta aguantar la mirada,
el que agoniza en Santo Domingo
estremeciéndonos con un CREDO que quiebra las guadañas.

* Déjame rebobinar los días, y detener la cinta con una pausa para localizar a ese malo del que todos hablan. Quiero hallar al Macaco que señalan como el caín de Marchena, el de la mirada aviesa, el del turbante en la cara. El que se ceba con el tornillo, el que hace muescas en las tablas. El hombre del saco que no tiene saco, pero al que todo chiquillo espanta.
* El Macaco lleva en su sino ser el verdugo de quien a su vera, paciente, aguarda. Sentado en un peñasco, con guardia pretoriana, la Humildad y Paciencia enfila el devenir de una controvertida semana. Una cuerda ata sus manos, un presentimiento oscuro sostiene su mirada. Espera, y más espera, absorto en el abismo de pensamientos que por torturas y escarnios pasan. Cabizbajo y meditabundo, impasible, sedente, sumiso, con resignación, con mansedumbre y con calma. Espera, y más espera, como la muerte a pellizcos, con un desenlace que se hace de rogar, que tarda.
* Aquí no valen ruegos ni súplicas; como un juego a los dados, la suerte está más que echada. Y bien que lo sabe la Madre del dolor extremo, la que con las novicias de Santa Clara oraba. Los ojos de la Virgen de los Dolores vueltos hacia la noche, esos ojos, esos SÍ que hablan.
Hablan de amarguras que ignoran la gloria del tercer día,
hablan de impotencias, de entrega y sinsabores;
hablan de un poso negro de rabia.
Hablan de amor infinito por quien dará su vida,
hablan de amor de madre que cede y calla.
Las lágrimas de quienes lloran a los suyos
son las mismas que las que esta Virgen vierte,
sollozos que caen al pozo oscuro de un dolor sin pausa.
SEDATIVO para los enfermos,
BÁLSAMO para los caídos en mil batallas;
PALIATIVO de los resignados,
ANSIOLÍTICO de nuestras almas…
Analgesia de un Miércoles Santo,
en el que alzo mi vista para cruzar tu mirada,
y trepar hasta tus ojos
que son, Dolores nuestra, la terapia que nos calma.

* Y poder remontarme hasta los orígenes mismos de este ofertorio y poner el contador a cero en los albores del Medioevo que esta tragedia gestara. Situarme intramuros a mediados del 1500 y buscar un Cristo muerto en la quietud de un convento franciscano al que aún se llega remontando una costana.
* Verde te soñaron quienes hicieron de tu óbito divisa de la Cruz Verdadera, el madero que fue instrumento de tortura y luego icono de salvación y de esperanza. Verde en la quietud de la noche, en la madrugada en la que por San Juan andas. Nazarenos y penitentes te escoltan bajo el axioma del `Toma tu cruz y sígueme´ que pese a los años no cambia. Una cruz verdadera que se mantiene sin mácula, imperecedera, sin tacha. Verde como el que versara García Lorca, verde de regusto amargo, de hiel, menta y albahaca.
* Y verde color de Esperanza, la virtud que da nombre a la Señora que enjuga su llanto bajo un cielo cetrino tachonado de estrellas de escarcha. 300 rosas morenas anidan en la espuma de tu pechera blanca. La Esperanza avanza triunfante cobijada a buen resguardo y cortejada por doce carámbanos de plata.
Llamadla ilusión, creencia, certidumbre, optimismo;
llamadla perspectiva, promesa, seguridad… confianza.
Llamadla como queráis,
haced de su nombre una salva,
el camino,
un horizonte,
la meta de nuestros días,
haced una plegaria.
Llamadla como podáis,
pero sabed que Marchena ha tardado casi 500 años
en cuadrar el círculo del título de esta advocación mariana.
La que de noche arrastra su manto verde
bordado de piñas, rosas y palmas,
la del jardín de ramos cónicos,
la del fajín grana,
la de la cera tiniebla,
la de los pajes de gala,
esa Virgen a la que año tras año la mecen con sones de Madrugada al filo de las tres de la mañana
no es otra que una Reina,
una eterna soberana,
la Dama de la Fe ciega que se llama
ESPERANZA CORONADA.

* Yo quiero meterme en los adentros del recinto palaciego y bucear en la historia de la Casa Ducal de Arcos atravesando el túnel del tiempo de un tiro cincelado a piedra. Regresar a una plaza donde el ayer está congelado, donde se echa en falta el perfil de una palmera, donde hay un convento de hermanas Clarisas que dan compaña a la que es la MADRE de Marchena.
* Santa María vigila la villa desde un altozano en el que anidan cernícalos, testigos mudos de los restos de un pasado de clases y castas, allá donde el viento se riza formando olas invisibles para ser atrezzo de la nostalgia y la añoranza. La hora nona da paso al tiempo del orto; el ocaso de un sol que muere por las lomas de Paradas y que otorga al Santo Entierro de Cristo seis horas contadas, no más moratoria ni tardanza. Tambores sordos, de pellejos laxos, marcan el paso de una comitiva fúnebre con escolta romana que sigue el perfil de un pelícano que picotea sus entrañas, y que da de comer a sus polluelos en la escalofriante metáfora de la Muerte como fuente de Vida que mana.
* Los estertores de Cristo están marcados en un cuerpo retorcido y macilento que nada tiene que ver con la bondad y dulzura que trasluce su cara. Soy yo el que quiere otra vez descubrir a esas mujeres encadenadas en el tiempo que impiden que no haya Verónica que te enjugue el rostro, y a esas niñas anudadas que encarnan a las Tres Marías, y a la Fe vestida de blanco, caminando a tientas, en un relato que inspira confianza.
Y ver, por fin, cómo dos manos se entrelazan bajo el pecho
para sujetar el peso de la congoja,
tan apretadas tus manos
que se te blanquean los nudillos de dolor y rabia.
Soledad de ráfaga de plata,
de haces que anuncian la gloria
en mitad de un velatorio con sudarios y mortajas.
Soledad madura y ajada,
de manto y saya de luto,
de peina de concha,
de aquellas bambalinas que fueron
de abalorios engarzados sobre malla.
En volandas te llevan de vuelta,
poquito a poco y despacio hacia tu casa.
Y reaparece la magia del tiempo,
que por Moleeras habla.
Ensarto un rosario con cuentas,
que son retazos de saetas que encienden la madrugada.
Pones el vidrio en los ojos,
y trazas nudos en las gargantas,
y yo te dejo perderte a lo lejos, Soledad,
siendo un reo entre los tuyos,
y tú siendo presa de nosotros,
Soledad cautiva en una retahíla de cantes y de plegarias.

* Y volver a hacer del Jueves Santo un cuarto de juegos en el que un Niño pide jarana. Salir corriendo a tu encuentro y seguir tu rastro con mi mirada. Ver tus pasos menudos, tu figura breve, tu media sonrisa, la cruz con la que cargas. Como cuando yo era un crío y Enrique te posó una tarde en mis brazos para que te acunara. Recuerdo aquel tembleque de piernas, el vértigo de que te resbalaras.
* La tarde se abre gloriosa con las cornetas que te anuncian antes de que en tu piña salgas y te nos des por entero, tan dulce como tu nombre manda. Dicen que hay un Niño perdido, que en un templo sienta cátedra y que en Marchena resta quietud a la tarde en la que Cristo entrega su alma. Gravedad ingrávida de un Jesús infante, la inocencia herida de quien asume su destino sin trabas. Presentimientos negros como el vacío, como agujeros negros en la galaxia.
* Y de presagios sabe y mucho quien tras de ti marcha, quien con los brazos abiertos camina para poder capturar tu fina estampa y abrazarte como una madre abraza en su pecho, con esos ays dichos hacia adentro con los ojos cerrados y una mueca que es augurio de una inquietante corazonada. Mi Virgen de la Piedad no llora, porque la procesión va por dentro y porque ahoga sus lágrimas, porque adivina un final de sacrificio extremo, porque intuye que su hijo se le escapa.
* Piedad de noches de primavera, de perfume a incienso, de cera rizada. De campanilleros por los rincones, de callejuelas de las campanas. De chicotás a paso de palillo, de partituras acompasadas. Dejas un reguero de incógnitas mientras paseas tu mirada esquiva antes de llegar a tu plaza. Y te me vas sin despedida, porque tu incertidumbre te puede, porque nada la aplaca.
* Buscas a un Niño en el templo. Y parece como si le cantaras nanas, como si arrullaras al Dulce Nombre que hice mío desde mi infancia. Dime que están contigo quienes antaño te clamaban, quien llevaba tu imán en su coche, quien una estampa tuya puso tras la puerta de su fachada, quien de ti hiciera millares de fotos, quien tu imagen capturó vestido de blanco, de terciopelo rojo, con un paño de pureza, incluso en cueros, sin nada;

* Que está contigo esa anciana que su ganchillo dejaba y que al sardinel se asomaba cuando de noche su calle atravesabas. Aquélla curiosidad de niña que entre las arrugas de su cara asomaba cuando yo le plantaba un caramelo en su mano huesuda, en sus manos trabajadas. Dime que están contigo, dime que no les faltas, que les das cobijo, que los amparas. Dímelo, Dulce Nombre, que en ello, en ello me va el alma.
* Hazme verte Marchena fuerte y resistente al paso del tiempo, como piedra dura que vence aunque te trate de horadar el agua. Como vestigio de los cántaros que en la Fuente de las Cadenas dejaron sus huellas durante los años en que arrearon agua. Pon a salvo tu Fe y junto a ella tu Semana Santa. Y yergue tus murallas portentosas para defender lo que los años custodiaron y aún hoy guardan. Como esa Procesión de Huesos que quiebra un domingo alegre cuando la Caridad siembra de duelo un dédalo de calles despobladas. Caridad para ajusticiados de hoy en día, en el arranque de siglo que la recesión mundial marca. Tiempos nuevos y nuevos pobres, que son los rostros que la crisis delata.
* Guarda el vía crucis de ese cristo cuyos brazos son dos cabos sueltos a los que asirse en caso de naufragar, salvavidas que lanza al rescate en un mar de Peligros por el que hemos de navegar.
* Preserva el Sermón de las Siete Palabras que recuerda tu testamento vital, en el que hablas de perdón, de paraísos perdidos y hallados, de madre y de abandono, de sed de agua y de vida, de profecías cumplidas y de encomiendas de espíritu antes de expirar. Y atesora los grandes actos litúrgicos, que es harina del mismo costal, como los Santos Oficios, la Bendición del Fuego y la Solemne Vigilia Pascual.
* Ya quisiera yo escribir la palabra que definiera éste mi pueblo en Semana Santa; traducir al lenguaje hablado el universo inefable que lo envuelve en estos siete días de Pasión; expresar con palabras la luz, el olor, el sonido de esta Marchena que habla, reza y canta, y que es, para mí, epicentro y paradigma del amor.
* Pero, siento aletear mi alma, y el fluir de una corriente interior de agitación y turbación: Estoy aquí, Marchena, ¿me ves?, dispuesto un año más a dejarme arrastrar. A echarme a tus calles, a ver a tus gentes, a beber de ese cáliz que desde fuera vengo a buscar. Vengo a congelar tu luz en mi retina, a detener el tiempo que siempre nos alcanza, a rescatar sentimientos que nunca pasan, a atrapar un instante fugaz de la eternidad… Vengo para vivir y ser vivido, vengo a MARCHENA porque palpita en ti el deseo de emocionar.

LAS VÍSPERAS DE MI PERSONA
* Nací en un barrio levantado en la década de los 60, de ésos que ensanchaban el extrarradio de los pueblos de una España que se desperezaba de un mal sueño, de una pesadilla de guerras y posguerras. Mi madre me alumbró en la alcoba de un piso de protección oficial, igual al que tuvieron decenas de familias que encararon el futuro con trabajo e ilusión y con ganas de remontar las penalidades del ayer. Somos hijos de hombres y mujeres realistas que no se resignaron a esperar que el pasado amainara, sino que, con valentía y decisión, no le pidieron peras al olmo, ya que arrancaron el olmo y plantaron un peral.
* Mi barrio sigue en pié al final de la Avenida, en un trazado de bloques y plazas ordenados con los nombres de las vírgenes de Marchena. Y hasta allí me lleva la memoria para rescatar mi infancia.
* Me veo sentado a horcajadas sobre los hombros de mi padre, rozando las hojas de las acacias de la Avenida con mi pelo mientras endulzábamos el camino chupando las flores de panipé que mis dos hermanos, Lola y Antonio, cogían a saltos de las ramas.
* Nuestra parroquia era San Miguel, y la recuerdo lejana en el espacio, distante, separada. Era una peripecia enfilar el cerro y cruzar el Arenal, atravesar sendas y cercados que guardaban corrales con gallinas y cabras, y remontar aquella loma cuajada de yerbas, espinos y matorrales que premiaban la vista con margaritas y aquellas campanillas azules de tallos rasposos. Ése era el atajo. Y al final del mismo, en la penumbra del sagrario, siempre encontraba al Jesús de la Cruz al hombro, que atrapaba toda la curiosidad reflejada en los ojos de un niño de cinco años.
* Allí, en ese barrio, fue donde germinó la semilla cofradiera. Fue allí donde hice mis primeros altaritos, altaritos de mi infancia, cuando jugábamos a ser hombres en la inocencia de un metro de altura. Recuerdo uno en especial, hecho con un geyperman de barba que crucifiqué en dos palos y al que le impuse las cinco llagas con melcromina en manos, pies y costado.

* Eso fue ya en el entorno de la Plaza del Pololo. Esa plaza, mi plaza, fue el parque en el que apurábamos las tardes de los viernes; donde jugábamos con la lima en el fango, a la cadena, y a los saltos a piola, y en la que aprendimos a descubrir el verdadero sentido de la Cuaresma. antes de asomarnos al filo de la adolescencia.
* La Cuaresma en Marchena eran, y siguen siendo, las vísperas de los arreglos. Crecimos en años de cal, brochas gordas y jaramagos en las tejas, cuando el caserío se ponía el traje viejo de los domingos.
* Y recuerdo las tardes infinitas en casa de mi abuela Encarna, en el barrio la Guita, adonde mi madre y mis tías se turnaban en el manejo del anafe del que salían pestiños, roscos y empanadillas de cidra y de almendras. Porque si un día te plantan para comer espinacas con garbanzos, es que estamos en cuaresma. Ensaladilla, bacalao, torrijas... Las vísperas entran también por el estómago. Y los sabores acompañan los recuerdos.
* Fueron vísperas de mi adolescencia las que viví de la mano de mi hermano al abrigo del Club Juvenil que pastoreaba el padre Javier en la calle Mesones. Y también las de aquel grupo de doce leones que fue el origen de los hermanos costaleros que después han ido meciendo al Dulce Nombre por las calles de Marchena.
* Porque yo he sido contrapeso del palio de la Piedad en las noches de ensayo, cuando la cuadrilla quería probar su fuerza y montaba a la chiquillería en el paso. ‘Al cielo con ella’, mandaba el capataz. El martillo sonaba y nosotros botábamos y reíamos agarrados a los varales al ritmo de un radiocasette sujeto en la trasera del paso.
* ¿Cuál fue mi primer recuerdo? Por mucho que rememore hacia atrás nunca logro encontrar el origen, el punto exacto en que quedé enganchado a un sentir colectivo que en Marchena se hace herencia.
* Veo hilos de sol entrando por una ventana que da a un patio, a un patio de solería roja que abrillantábamos con aceite de fritura y en el que reinaba una palmera que nos legó la vecina de enfrente en un gesto de aprecio y de despedida.
* Y esos rayos de luz penetran en la penumbra de un dormitorio de dos camas, la de mi hermano y la mía, encendiendo el raso rojo de un antifaz que espera planchado junto a una túnica amarilla que trasluce cerca de medio metro de falsillo por echar.

* Me recuerdo junto a mi tío Antonio en la sombrerería que había en la calle Méndez casi enfrente del Ditero, donde un metro me circundaba por vez primera la cabeza para hacer de ella la base de un capirote de cartón que se desharía pasados los años con el sudor de la frente.
* Y aún acuso el martirio de un miércoles santo en el infierno de un obrador haciendo magdalenas, cuando a mi madre se le ocurrió, no había más días, ir al horno de la Chirriona. “Mamá, pero ¿me dará tiempo a ver a la Humildad, no?”, preguntaba yo al paso de cada hora. “Claro, niño”, me decía. Comenzamos a las cuatro de la tarde a batir, amasar y hornear dulces que a mí se me antojan, todavía hoy, para saciar a un hospital. Para cuando intuí que la Humildad estaba en la calle, me dio el primer golpe de calor. Y al poco vino el desmayo. Las mujeres me sacaron al patio, me espurrearon con agua, colaron en lo que pudieron a mi madre, y nos marchamos noche cerrada ya por la calle Quemá abajo con el carro hasta arriba de magdalenas y un berrinche que los años no han podido aún borrar. “Niño, pues ya te podría haber dado el mareo a las cinco de la tarde”, sentenció mi madre en uno de sus puntos zalameros. Si me pinchan, no sangro… Y la Humildad, claro está, la vi, pero al siguiente año.
* Y me vienen fogonazos del primer estudio de fotografía de mi padre en la calle Mesones, y del desván que guardaba un álbum de fotografías antiguas de la Semana Santa que nunca me cansaba de hojear y que aún conservo. En sus páginas veía el paso de la Borriquita por una Plaza Alvarado de farolas de fundición. Me entretenía escrutando los rostros del gentío que rodea a un Jesús con saya de cola arriado en el Mandato, como el mural que presidió durante años el Kiosco del Pololo hasta que fue pasto de un incendio. Me fascinaba el pecherín de la Virgen de las Lágrimas al gusto de aquella época, cuajado de alhajas sobre tul blanco. La Veracruz iba escoltada por la Guardia Civil, y la Soledad, entonces, se cobijaba bajo un techopalio de lana trenzada, al modo de las antiguas enaguas de camilla.
* Y aquí no hubo cuchara de palo, como en la casa del herrero, porque siendo un crío me colgué una cámara del cuello para retratar santos. Mi cámara (una Agfa instamátic) fue el salvoconducto que permitió que los capataces me abrieran hueco delante de los pasos y dedicarme tiempo de sobra para que encuadra bien el plano, como hacía sin prisas Pedro, Pedrín, al mando del martillo de la Soledad.
* Antes siquiera de tener memoria, ya veía esas imágenes en casa de los míos en fotografías colgadas en las paredes. Nuestro Padre Jesús Nazareno siempre en casa de mi tía Mari y de mis abuelos Antonio y Remedios; la Soledad en la barbería que fue de mi abuelo Castillo y después de mi tío Juan, y el Dulce Nombre en la nuestra.

* Aprendí a bucear en el magisterio de las saetas escuchando cantar a mi madre en la soledad del lavadero. Sus saetas nunca conocieron la calle porque era incapaz de entonar palabra alguna con público, pero nosotros gustábamos de escucharla a escondidas, como hacían mis abuelos y mis hermanos, con la emoción contenida mientras ella se despachaba a gusto por martinetes a la vez que restregaba la ropa contra la tabla de la pila.
* Y remonto corriendo la Plaza Vieja al aviso de que ya han llegado los emigrantes. Y me planto en una carrera en la Plaza del Ayuntamiento, convertida en el andén de una estación llamada nostalgia. Y me siento espectador en primera fila de una película que trata de destierros. Dolía ver aquellos reencuentros, cómo aquellas familias pasaban de la alegría al llanto en cuestión de segundos con tan sólo bajar los peldaños de unos autobuses y lanzarse a un combate de besos que fue la banda sonora de un largo abrazo soñado.
* El marchenero ausente lleva en su corazón decenas de postales antiguas de la Semana Santa. Por muchos que sean los años transcurridos lejos de su pueblo, nunca podrá evitar la angustia del Viernes Santo de destierro. Es inútil que piense en otra cosa, porque el recuerdo, siempre escoge el camino más corto para herirle: La memoria.
* Yo he contado las vueltas que daba el encaje en el pelo tallado de mi Virgen de la Piedad sin más testigos que Pepe Gelo, a quien ayudé un año a vestirla con alfileres, hilo y aguja en la soledad de un soberao. Y no por haberte visto, Piedad, sin saya, manto ni toca, desnuda y despojada a los ojos de un chaval, perdí la lección de tu magisterio, el que siempre me ha de acompañar.
* Fuiste la brújula de mis adentros en aquel Madrid universitario que separó nuestros destinos, en los cinco años de carrera en los que te vine los cinco jueves a buscar. Siete horas a tu vera, con un cirio en la mano y sin poder hablar, no es penitencia sino un regalo porque me haces rezar. Porque me renuevas por dentro, porque me limpias los posos del mal, porque me llamas a tu encuentro, porque hago en la calle tu altar.
* Ése diálogo abstracto, que tenemos tú y yo, Piedad, es la oración que me sacia, la savia adictiva que da sentido a mi andar. Mi túnica encierra amarguras pasadas por el filtro de mi Piedad que me devuelve a la noche sereno, dispuesto a hacer de tu nombre la horma de mi caminar. Porque yo soy PEREGRINO, soy peregrino de la PIEDAD.
* Y viajando por el pensamiento rescato el estreno de un pantalón de pinzas un domingo de ramos, la primera chaqueta azul cruzada, las manos que me hicieron el nudo de aquella corbata, las pandillas en las que aprendimos a ganarles horas a las noches; el despertar del amor.

* Aún te veo, María José, como mi compañera de mesa en el instituto Isidro Arcenegui, la amiga con quien pasé mi primera mañana de un Domingo de Ramos en Sevilla, en la misa de palmas de una parroquia cuyo nombre he olvidado y a la que nos llevó en su coche Sor Concha, que nos regaló sin saberlo el arranque del camino conjunto que hoy recorremos.
* Sonrío cuando rescato las primeras Moleeras que pasamos juntos pasado el tiro de Santa María, cuando fuimos aprendices en el arte de andar de espaldas delante del paso de la Soledad. Y cuando perdiste un zapato en el momento en el que la bulla sorteaba los escalones del patio de armas, y de cómo lo rescaté rastreando por un bosque de piernas antes de lucirlo con orgullo como un trofeo, y de cómo nos reímos a mandíbula batiente cuando me espetaste: “Ese zapato no es; el mío es verde y ése es azul”. Y vuelta a empezar.
* Cuando despierta esa luz que marca marzo y se levanta el viento cálido que nos avisa de la llegada de esta semana eterna; cuando los días se pintan de amarillo y destilan notas de pétalos y de polen; cuando en los patios abren como caras de novicias las flores de los jarros y las tardes bañan sus filos en lumbre y rescoldos; cuando la noche parece echarse a cámara lenta aspergiendo de azahar las revueltas de las esquinas y llegan los ecos indecisos y vagos de cornetas y tambores, de sueños y procesiones.
* Cuando eso ocurre, me gusta tomarte con mis manos y entregarnos al sentir de los sentidos, a adivinar tus dedos apretando los míos como sarmientos en el instante en que una emoción se derrama cuesta abajo desde la nuca y me contagias ese escalofrío vibrante que me dice que estamos enganchados, juntos, tú y yo, en el poder bendito que hace de este pueblo la Jerusalem de nuestras vidas, la Marchena santa de olivares y trigales que honra la palabra de nuestro Dios.
LAS EDADES DEL HOMBRE
* La Semana Santa que vengo a contar anida todo el año en los cultos de las hermandades de sangre, en la quietud de nuestros conventos de clausura y en las glorias de las hermandades marianas y gremiales que están conociendo despertares que les hace sacudirse años de olvidos y abandonos.
* La Milagrosa, Los Remedios, El Pilar, la asociación del Rocío, o la octava hermandad que conforma el Consejo de Hermandades y Cofradías, la de San Isidro Labrador, tan presente en nuestro entorno agrícola y ganadero…O nuestros patronos, la Virgen del Rosario y San Sebastián, cuyas presencias en nuestra villa van más allá de la mera devoción popular y se hace historia.
* La Semana Santa que ahora relato está secretamente guardada en monederos y carteras, en esas estampitas y fotos que un día compramos recorriendo las estaciones y que de cuando en cuando sacamos de un bolsillo para mirarlas y acariciarlas. Es esa poesía de la religión de la que escribe Gustavo Adolfo Bécquer, que ve en lo pequeño la sigilosa presencia del Dios de los pobres y sencillos.

* La Semana Santa de buscarles las vueltas al reloj para escaparnos a un templo una tarde entresemana y postrarnos en un banco en el silencio de una nave desierta.
* Me reconforta apostar la mirada en esas ancianas vestidas de negro que, en su humildad y generosidad, hacen años que se olvidaron de sí mismas para pedir por los demás. Y observar cómo le pasan el testigo a esas mujeres que concilian trabajo y familia; y ver a hombres que al término de su jornada pasan puntuales para darle de palabra las buenas noches al Santo Padre.
* Me satisface observar los bajos de pantalones vaqueros rajados y deshilachados arrastrados por el mármol de un camino que conduce a Ti, y apuntar que sigues en el centro de una juventud que no es esquiva ni complaciente, que no cultiva la indiferencia ni el desapego, y que se reconoce en Ti, quizás por estar atada en corto a través de las hermandades de nuestro pueblo.
* Cuento la Semana Santa que habita en las conciencias bajo siete cerrojos que sólo Tú puedes traspasar sin profanar el misterio individual de cada hombre. El pensamiento mudo de quienes te desairamos, de quienes volvemos la espalda a sabiendas de que Tú nos miras, y de que lo haces con benevolencia perenne, con un perdón que es tu epitafio, con una amnistía que no tiene final.
* Hablo por quienes de Ti no quieren saber nada, y que aunque sólo fuera un día en los 365 que tiene el año quedan prendados de Ti, en un diálogo alejado de prácticas religiosas. Porque son cientos los que vuelven sus ojos a ti cuando adivinan que pisas la calle, hecho hombre en una imagen en la que se reconocen quienes padecen rechazo y marginación, y que, por un instante, se despojan de su carcasa de duros e incrédulos y se permiten un atisbo de rienda suelta y de reencuentro interior.
* Seamos guardianes de una fiesta que transita en el tiempo, y que se reinventa cada primavera, porque ninguna es igual. Usémosla como dardo en la palabra de quienes practican la indigencia espiritual, de quienes degradan nuestra Semana Santa al querer buscarle una utilidad y la rentabilidad de una fórmula comercial.
* Preservemos la esencia de la tradición, propiciando una evolución correcta para que las hermandades sean cuerpos vivos en lugar de fósiles en el tiempo, lo que las pondría en peligro de extinción.
* El florecimiento de hermandades en barrios de expansión llaman a la esperanza en tiempos donde soplan vientos de un laicismo beligerante que nos obligan a defender lo que son las fuentes de nuestra fe y las raíces de nuestra cultura.
* En el barrio Madre de Dios van de la mano las simientes de lo que un día serán Parroquia y Hermandad, una con la otra, y las dos con el apoyo del vecindario. Hoy más que nunca, este gesto se hace grande. Un nuevo barrio, una nueva hermandad. El oratorio Madre de Dios es una realidad, y ya hay más de 300 fieles asociados bajo la advocación de la Dolorosa de la Merced y de un Cautivo que, me cuentan, aún es prisionero de la gubia de un paisano.
* Por encima de crisis morales y sociales, por encima de fracasos y avatares, la Semana Santa de Marchena concentra un espíritu de resistencia anclado en el canon del equilibrio, de la armonía y de la proporción.
* Y os hablo también de coraje, de valor y de esfuerzo, ahora precisamente que las cuadrillas de costaleros pasan por momentos de vacas flacas. Dentro, tras los faldones de terciopelo de nuestros pasos, cobra sentido la palabra hermandad.
* Caminan juntos el tesón, el sudor y el cansancio de quienes le ponen pies y andares a los cristos y vírgenes que salen a nuestras calles. Y no sólo de nervio y músculo se nutre la cuadrilla que al sonido del martillo avanza, sino de alma, de fe sincera, de entrega clara y de una ilusión compartida entre iguales por quienes toman su cruz en las trabajaderas, como si su esfuerzo pudiera aliviarle.
* No voy a hablaros de palios, de calvarios ni de mecidas que mueven el cielo entre varales. Ni voy a exponer el canon de la estrechez, ni a cantar el vértigo de lo imposible cuando el portón de un templo se abre. Todos hemos visto tu paso por calles angostas, tan estrechas, que hasta el aire desconcha los calzos de los muros al rozarte.
* Eres Tú el capataz que alivia el peso, que vuelve livianas las andas, que las conviertes en troncos carcomidos izados por costales que la nuca tapan. Que hace falta poner el alma, que sin corazón este viaje no avanza. Lienzos blancos enmarcan los rostros, negras fajas las cinturas, esparto en los pies, adrenalina en las entrañas. Prodigio de los costaleros, todos por igual valientes, vamos a echarle casta. Así anda el paso de la memoria, cuando Marchena la calza.
MADRUGADA
* No son los latidos del corazón los que me despiertan en una madrugada que se presume de emociones desbocadas. No es el corazón, que podría serlo, porque palpita a ritmo apresurado. Es la calle. La calle late en una cadencia sorda y con eco que procede de pisadas y andares; andares que recorren en el silencio de la noche los itinerarios más cortos hacia el barrio de San Miguel.
* Cuando en la plaza oscura crece la luz de los faroles y el gentío contiene el aliento, se hace verdad la profecía de los sagrados testamentos que quedó atrapada en un bucle del tiempo: “Caminaré entre vosotros; seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo”.
* La aurora se desdibuja y corro a Ti. Te atrapo en la angostura de una calle encalada, donde el aire se preña de quejíos y de lamentos y los lances del cante flamenco hacen diana en tu nombre, epicentro de un hombre que ha perdido su condición divina. Te veo con mis ojos que no son míos, que presto a quienes me enseñaron a amarte, a seguirte y a rezarte, a aquellos que siempre acudieron solícitos a tu cita y que ya no están, porque confío en que fuiste tu quien los llamaste. La muerte, la que es cruel y lacerante, sólo llega con el olvido. Y quienes buscamos en Ti acudimos en la seguridad de reencontrarnos con los nuestros, de bucear en el tiempo para hilvanar remembranzas que creíamos dormidas bajo el manto del invierno.
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* Las veletas de las torres, espadañas y campanarios señalan que el norte está en Ti. Anuncian una primavera cíclica que despierta porque es la época de renovar nuestro espíritu, que juega a hibernar hasta pasados los fríos de estos febreros locos. Y te vemos, oímos y sentimos en el mar de un barullo que de tramo en tramo se queda quieto y absorto. Sentimos el pellizco cuando una saeta nos devuelve atrás, y evocamos aquella vez que fuimos testigos de una oración compartida estrofa a estrofa por dos hermanos, Miguel y Margari, que se turnaron en el cante para así lograr recuperar la voz del pozo de la emoción. Y esa estampa, que vuelve a la memoria, cobra vida y esa vida es la resurrección de nuestros muertos.
* Saeteros que erizan la piel y contraen entrañas. Saeteros de voz rajada y de timbre claro, que convierten en palabras cantadas los besos que se te dan en el talón y en las manos; las oraciones de quienes suplican que pasen de ellos los cálices más amargos y las de quienes, después de apurarlos, preguntan por qué les has abandonado; las caricias de quienes te pasan por la túnica una estampa que llevará consuelo a un hospital o a una casa de balcones cerrados, las lágrimas de quienes suben a tu camarín arrastrando vacíos irreemplazables que duelen como jirones del alma.
* Y antes de que se levante el aire de una amanecida añil, me quedo en la Plazuela del Topo esperando la llegada de un palio enmudecido que ya nunca va solo. Y me veo en el dintel de una casa grande y vacía, guardando la primera ausencia amarga y triste de aquel Viernes Santo de hielo y desazón, contemplando cómo capataz y costaleros dedicaban una levantá a pulso del palio de las Lágrimas a quien nunca fallaba en ese amanecer con un ojo guiñado y una cámara de fotos entre las manos. Entonces, creo verte cuesta abajo y de espaldas, con tu cabeza coronada ligeramente ladeada, fijando tu mirada en las puntas del pañuelo que pende de tu mano ondeante y blando, como un pájaro muerto; demudada la color y sin palabra, perdiéndote en una alborada que coloreas con tu largo manto de terciopelo azul y plata.
* El prendimiento de Cristo llega tarde porque quienes te seguimos estamos ya prendidos en Ti.
* Tiene un aire la plaza de duelo anticipado, de vuelo de vencejos que morirán conmigo, de mujeres que caminan, pañuelos en la mano, con la pena en los ojos y el dolor en el llanto; de hombres que luchan por mantener la compostura, de mirada baja y palabras secas, de esos que cargan con un torrente de emoción en su interior.
* Somos río. Somos río quienes, ya de día límpido y largo, avanzamos contigo dejando atrás el trasunto de tu sombra en el lienzo de la muralla. Huele a café, a chocolate y a calentitos recién hechos por Carmela, y las barras de los bares suman cercos pringosos de coñács y aguardientes secos.
* Iré otra vez a Ti, como tantas veces me diste el consuelo que buscaba, la palmada en el hombro, tu mirada serena; como ahora en esta mañana siento el ansia imperiosa de volver a tu encuentro, a mirarte de frente, a besarte las manos, a saber que mi vida sigue a salvo contigo, porque eres el de siempre, que nada te ha cambiado.
* Ahora sé que eres infinito y que el tiempo no te alcanza. Sé que tu poder restaña heridas y dolores, que colma los vacíos oscuros e insondables, como haces cuando eres, Jesús, uno más entre nosotros en esa madrugada que ansía tu zancada rasgando los silencios de la noche callada, en ese amanecer en el que sales a mi abrazo sereno y racheante.
* Quienes andan perdidos, ya saben donde deben buscar: Madrugada de Viernes Santo, en la que estamos contigo, Señor, quienes perseguimos en Marchena el paraíso de abriles prometidos.
ORTO Y VIDA
* In ictu oculi. En un abrir y cerrar de ojos. Así llegará la muerte, tan rápida y certera como un relámpago alumbra la vida misma. Agotándose, dejando escapar una secuencia de hálitos que son el preámbulo de una lenta expiración.
* Yo he visto el rictus del dolor extremo del Cristo de San Pedro en la habitación de un hospital, en la boca abierta y los ojos velados de quien expiró sacudiéndose el tormento y la angustia de los meses en los que enfiló una cuesta abajo, recorrida en silencio y sin molestar. La impronta de la Humildad y Paciencia he visto recostada sobre el respaldo de un sofá para no preocupar a los demás en una impagable lección de generosidad Y también he visto allí el escorzo del Santo Entierro, lívido y amarillento el cuerpo inerte, cubierto no por mantilla, sino por inquietantes sábanas blancas que hicieron de mortaja en la madrugada de un día que debía acabar en uvas y campanadas.
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* Y no poder ni llorar. Sabemos lo que es ahogar la pena, como hicimos en esa desangelada noche, para no contagiar la desgracia a los enfermos que compartían la sala tras las sombras chinescas de unas cortinas. Y sé lo que son lágrimas rodar y no poder musitar palabra cuando un niño deja caer a plomo el reproche simple, pero rotundo, del dolor por esa primera mella, de su rabia y tristeza porque su abuelo se ha ido al cielo sin despedirse de él.
* Me he asomado a la fosa abisal del drama de una muerte inesperada, absurda y joven tras una llamada de teléfono. Una noticia que desmadejó un puñado de proyectos de vida de todas las edades. Porque ya nada es igual. Porque carece de lógica, porque el Sin Sentido parece apurar el juego macabro de un pulso hasta el final. Porque la suerte, fatalmente, estaba echada. Aunque soñáramos con rebobinar el tiempo en una moviola. Dar marcha atrás y ganarle la partida a un óbito tétrico y siniestro, que parece repartir trocitos de culpa entre quienes quedamos detrás, varados en la orilla de una existencia que se antoja descolorida y rota y que nunca creímos que podríamos remontar.
* Y hay otras vidas que se apagan como el pabilo de una vela, poco a poco, al estilo de esa pequeña llama azul que de pronto hace un fundido a negro y que rebrota en diminutas pavesas. Una muerte bendita y plácida, transitando hacia la vida eterna en un sueño profundo y sin dolor, ligera de equipaje, habiendo sacado papeleta de sitio en todos los tramos de una existencia casi centenaria, previa a la última chicotá, en la que la melancolía y la biología hicieron el resto.
* La RESURRECCIÓN es la lección suprema de un Cristo que cada año vuelve a agonizar recorriendo las calles de esta Marchena. Es el catón en el que bebemos los cristianos que creemos que hay algo más, un más allá que está tan cerca que lo podemos hasta tocar, porque lo llevamos dentro.
* La RESURRECCIÓN es el maná que nos hace sentir que Cristo vive y está presente en nuestras vidas, y su Gloria es la que nos enseña a resucitar cada día de la muerte de la rutina y la indiferencia que nos rodea.
* El sacrificio de un Dios humano sigue siendo la mejor teoría para afrontar nuestro final. Porque su muerte trae vida, porque su cruz es el vástago al que se agarran los ancianos que se consumen en soledad, porque es el bastión de los hogares que respiran hambre por calamidades y penurias como la crisis y el paro, porque su palabra es el bálsamo para los rechazados que naufragan en un mar de desprecios y sus manos son lenitivos para los enfermos que no controlan sus destinos y que se ponen a merced de su voluntad.
* La RESURRECCIÓN es oscuridad que alumbra. Interrogación que afirma. Serenidad que calma. Es el misterio del tormento que acoge todas las preguntas que el dolor plantea. Cardos de quebranto, zarzas que expían soberbia y envidia, espinas de pasión. Un Calvario de desolación y muerte transmutado en pesebre de vida. Todo eso, todo, es la RESURRECCIÓN.
CURSUM PERFICIO (MI VIAJE HA TERMINADO)
* Y ahora, consumada ya la encomienda de pregonar tus dones, permitidme que dé un paso atrás para cobijarme en el anonimato de una bulla, para ser contraguía oculto en la trasera de un paso, al que sólo se le oye en voz baja y con las indicaciones precisas. Quiero pararme en la quietud absorta de una esquina esperando a quien me viene a buscar, a divagar en pensamientos que son olas de un mar que me acuna en ti. Dejad que insufle mi alma de una Marchena que late de emoción y de contento, y que lo haga en estos siete días de cura espiritual, y que me ensanche el espíritu no para mí, sino para alimentar a quienes son prolongación de nuestras vidas, para quienes serán testigos y centinelas de las Semanas Santas que no veremos ya con nuestros ojos, ésas que viviremos de prestado en el limbo de los recuerdos de otros.
* Son poco más de diez años los que sumamos María José y yo de experiencia en la escuela de ser padres, y es imposible ya entender la Semana Santa salvo siendo meros cicerones que guían las manos menudas de nuestros hijos.
* Miguel y Ángela nos blanquean por dentro desde que siendo unos críos, con tres palmos sobre el suelo, vistieron roquetes de encajes en sus primeros Viernes Santo como monaguillos de incensario. Fuisteis, Miguel y Ángela, quienes tirásteis de nosotros hacia la Plaza Arriba, donde redescubrimos destellos y nostalgias de una Marchena con ínfulas de grandeza. Y nos condujisteis a lo largo de estos años de San Juan a María de las Lágrimas, y de ella a Jesús Nazareno, mientras os escoltábamos por las aceras y veíamos vuestra lucha enconada para que no se apagara el incienso, haciendo parada y repostaje en esa gran casa de puertas abiertas de la tía Carmen, donde toda la familia, los presentes y los recuerdos de los ausentes, nos citamos sin necesidad de quedar.
* No entiendo ya un Jueves Santo sin la emoción de espiaros desde el interior de mi antifaz cuando camino presuroso por la calle Orgaz, recién estrenada una tarde de alegría palpitante. Y os encuentro felizmente enredados en una maraña de primos y amigos apostados en la esquina de Santa Clara, instalados en la dicha de pedir caramelos, de intuir con un barrido de vuestras limpias miradas a qué nazareno sí y a quién no, porque va de promesa, y a engordar más tarde una bola de cera que se pierde de año en año y que sólo las abuelas son capaces de encontrar.
* Vemos como hacéis de Marchena vuestro pueblo, porque vosotros decís ya a boca llena que sois marcheneros antes que trianeros, y ello nos provoca un orgullo que no podemos disimular.
* Somos depositarios de puñados de tradiciones para pasároslas, y para que luego, vosotros, las paséis a vuestros hijos. Y en esas dos manos juntas está la Semana Santa, que marcará vuestras vidas como las besanas marcan los olivares.
* Recordad que sois misioneros cristianos y entregaros a ello sin reservas y sin prejuicios. Sed tolerantes con quienes no comulgan con vuestro credo; sed solidarios y respetuosos con los demás, pero sed firmes en la defensa de unas creencias que no están antiguas ni trasnochadas. Y sabed que este patrimonio intangible es un tesoro, porque siempre, siempre, lo tendréis a mano.
* Cuando paséis por la puerta de un templo, recordad que dentro es Dios quien os está esperando, y que está dispuesto no sólo una semana, sino todos los días del año. Tomad bien las señas y sabed que hay una lámpara encendida día y noche presta a despejar cualquier pasaje de tinieblas.
* Y una vez al año, llevad ese cirio a la calle para iluminar a los Cristos y Vírgenes que ya habéis hecho vuestros, los que tenéis clavados con chinchetas de colores en el corcho de vuestra habitación, imágenes que os servirán de asidero para cuando naufraguéis en la vida.
* Descubriréis entonces la quintaesencia de un misterio. De aquel treintañero al que hace 2.000 años tomaron por loco y encontraréis sentido al principal mandato de Cristo: el Amor. Sólo recorriendo el camino del amor lo hallaréis, porque, como dijo San Pablo, “el amor disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, soporta sin límites”. Es infinito y no se agota, porque “el amor no pasa nunca”.
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* Siempre que haya una mano tendida que guíe a los pequeños, siempre que alguien sacrifique la comodidad de su hogar por que otro se lucre de experiencias nuevas que nunca podrá olvidar, siempre que haya quien nos cuente aquéllas semanas santas en las que las mujeres vestían de medio manto, no entraban en los bares y casi no podían ni hablar, en las que todos se arrodillaban al paso del Santo Entierro, en las que los costaleros de pago se alimentaban de tabaco negro y aguardiente seco, en las que se resolvían las disputas de todo el año cuando se juntaban el Cristo con la Soledad; en aquéllas donde los problemas de orden eran los excesos de unas centurias nazarenas que ya quisieran haber filmado Buñuel o Fellini, y donde las labores de priostía se resolvían con alambres, calzos de madera y toneladas de voluntad.
* Siempre que el aroma a azahar nos conduzca ciegamente al del incienso y de que el ensayo de una cuadrilla por las calles nos rescate del purgatorio de nuestra cotidianidad, siempre que una fuente de arroz con leche nos anuncie por sí sola que es Viernes de Dolores y que a mi hermana tengo que felicitar; siempre que encendamos la mecha del cirio votivo de la Cuaresma en nuestros corazones; siempre que algo de esto suceda, siempre danzará titilante el pabilo del reencuentro con nosotros mismos, el recuerdo vivificador de una emoción, el pálpito de que estamos vivos y de que amamos, de que somos amados respondiendo a la llamada del Señor.
* Las Semanas Santa venideras nunca son como las esperamos. En estos días no se razona. Se siente. Y no debemos tener miedo, porque “no hay peor pecado que callar los sentimientos”.
* Son tantos los hogares que despertarán en una semana a la alegría, tantas las familias que amanecerán con las faenas hechas y las ropas de estreno colgadas para ser vividas; tantos los corazones preparados para renovar emociones que creíamos aletargadas, tantas las almas que tenderán puentes a la paz y a la memoria.

* Despertaros así el próximo domingo, dispuestos a prolongar ese ensueño hasta que podamos decirnos Felices Pascuas como se hace en Marchena, a los tres o cuatro meses de la Navidad.
* Como cuando siendo niños, nos dormíamos confiados y serenos en que seríamos despertados en las mañanas de domingo en la esperanza de una voz amable, en el juego de un arrullo entre sábanas bañadas de sol, en la ternura de un beso blanco, en la calma de una dicha capturada en un instante, encapsulada en el tiempo…
* Y haced vuestro el verso suelto, póstumo e inacabado, que escribiera Antonio Machado antes de expirar. Como esas dos líneas garabateadas en un papel guardado en el bolsillo de su gabán, hallado por su hermano tras el entierro en el exilio, lejos de su Sevilla natal:
* “Estos días azules, y este sol de la infancia…”
* ¡Que así sea!