Opinión

 montale loro

 

El padre Tom se arrodilló y al hacerlo agarró fuerte del brazo a la más grande para que esta siguiera su ejemplo e hincase la rodilla en el suelo. El balanceo de unas luces que subían por las escaleras donde la concejala había sido ejecutada, le hizo pensar que el alma de la desdichada mujer se dirigía hacia el encuentro con el Creador y que ellos estaban siendo testigos de tal milagro. Pero nada más lejos de la realidad; pues las luces balanceantes pertenecían a los corredores de la Nocturna que iniciaban el ascenso por el lugar mientras gritaban improperios al equipo de Gobierno y al sacerdote, que como pasmarotes se habían quedado al final de las escaleras junto al Renault obstruyéndoles el paso.

 


 

loro portada

 

Desde la vetusta torre ochavada aledaña a la ronda de la alcazaba, donde antaño los moros locales vigilaban que no vinieran los sarracenos carmonenses a robarles las gashises, el intrépido reportero local Henares, que con su móvil lo mismo te hacía un plano-secuencia de un termómetro en la calle San Pedro a 45 grados que te rodaba un publirreportaje de cómo se desayunaba en el Paraíso de la Sombra, era fiel notario del encuentro entre los miembros del equipo de Gobierno y los corredores nocturnos que a duras penas subían por la escalinata.

 

El antiguo comerciante de la calle Santo Domingo, desde su posición privilegiada de comentarista de la competición había sido testigo de cómo el Renault 7 condujo a la pobre concejala de las mascarillas hasta el lugar para después despeñarla y de cómo, tras hacerlo, el conductor había escapado velozmente peldaños abajo cruzándose en su camino con los primeros clasificados del evento deportivo.

 

- Mar, qué guapísima estás, dijo con alegría el vigía de la torre a la más grande, pues era un hombre propenso a piropear aunque la ley lo prohibiera. -El del coche se ha ido corriendo el puñetero. ¡Qué mala sangre lo que le ha hecho a la muchacha!, continuó explicando Henares.

 

- Es un asesino despiadado que ha acabado con la vida de varios de mis concejales, le informó Mar y terminó preguntándole: - ¿Has podido reconocer de quién se trataba?

 

- Un tío corriendo en dirección contraria a los de la carrera. No podría decirte si guapo o si feo. Grandullón, torpón y con algo de chepa. Tendría en torno a 60 años. Además, creo que me ha visto porque miró para arriba seguramente alertado por el flash de mi cámara.

 

-¿Lo has fotografiado? ¿Llevaba mascarilla?, preguntó Mar, esperanzada en que Henares hubiera captado una imagen de su cara sin ningún elemento que la ocultara.

 

- Mejor. Le he hecho un video y no, no llevaba mascarilla, contestó el hombre de la torre.

 

El concejal responsable de personal con apellido de divinidad romana que hasta ahora no había dicho esta boca es mía por fin se atrevió a hablar.

 

- Señora, perdone que la interrumpa en la labor de investigación, pero debo recordarle que las elecciones están aquí y que ya están contratados todos los chóferes para llevar a todo el que quiera ir a votar. También he contratado el trenecito de Navidad, pero resulta que haciendo cuentas me falta un coche y se me ha ocurrido que podíamos utilizar el Renault 7 también.

 

- Es verdad con tanto asesinato se me había olvidado lo de la fiesta de la democracia, pero este coche es una arma homicida. No sé lo que pensara el Padre Tom sobre su confiscación, dijo Mar mientras observaba como el padre Tom intentaba abrir el video de la huida del desaliñao que le acababa de enviar Henares.

 

- Podéis llevároslo, no necesito de pruebas físicas para descubrir al asesino; solo la ayuda de Dios, contestó el sacerdote provocando serias dudas sobre su capacidad investigadora.

Una flota de coches a la que se había unido el Renault despreciado por el sacerdote para la obtención de pruebas estaba preparada para la misión de llevar a los súbditos a que ejercieran su derecho a voto.

 

Un chófer y un asistente por cada vehículo velarían por el buen desarrollo del ejercicio democrático.


El asistente tenía la misión de entregar un sobre cerrado, una coca cola y un bocata de chorizo a cada pasajero y, en el caso de que el usuario del servicio hubiera osado a pensar por sí mismo y llevar ya su voto preparado desde casa, destruirle la papeleta y castigarlo sin bocadillo.

 

Los miembros del equipo de Gobierno salieron corriendo hacia el colegio electoral dejando al padre Tom a cargo de la investigación asistida por Henares, que se postuló a ser su Watson.

 

- Cuando mi Vicente termine de correr le voy a preguntar si tiene lupas, porque un buen investigador necesita lupa y veo que usted Padre no tiene, le dijo Henares al cura.

 

- Los ojos de Dios no necesitan aumento, repuso el cura de manera solemne haciendo que el Patriarca de la electrónica agachara la cabeza.

 

El colegio electoral abrió las puertas justo en el instante en el que Mar y sus acólitos llegaban. Un incesante discurrir de vehículos que transportaban votantes para ejercer su derecho inundaba las inmediaciones del lugar mientras el tren navideño, como era de esperar, provocaba atascos innecesarios con el consiguiente cabreo de los electores que estaban deseando poder depositar la papeleta en la urna para poder disfrutar del bocadillo proporcionado por la más grande.

 

Los ciudadanos se pusieron en fila para acceder al recinto observando como una especie de secretario electoral se ponía en la puerta para fiscalizar el acceso.

 

- ¿Para votar a Mar?, preguntó el controlador de puerta al primero de la fila.

 

-Sí, claro, contestó el votante.

 

- Pues bien, entra acércate a la urna y deposita el voto que previamente nuestros interventores abrirán para comprobar que has votado a la más grande.

 

Como un ritual se fue repitiendo la pregunta con la consiguiente respuesta afirmativa por parte de los pobres ciudadanos.

 

La jornada estaba discurriendo con cierta normalidad, pero de pronto de dentro del colegio electoral salieron corriendo los miembros del equipo de Gobierno, que habían caído en la cuenta que también se celebraba el Corpus. Como no estaban vestidos para la ocasión habían aprovechado para requisar los ropajes de algunos votantes que iban arreglados como tal festividad merecía.

 

Mar robó un traje negro y un bolso de Zara que llevaba sin ningún glamour, mientras el resto de concejales se apropiaron de diversos trajes y vestidos dejando a varios votantes desnudos y amordazados en las cabinas donde se debía garantizar el secreto de voto.

 

El concejal que había contratado choferes y el tren navideño fue el único que quedó dentro del colegio para velar por el buen desarrollo de la arrolladora victoria electoral de la más grande, que uno a uno iba acaparando votos de los temerosos ciudadanos del paraíso de la sombra.

 

Sobre las 11.00 de la mañana, como si de una limusina se tratara, el Renault 7 se aproximó al colegio electoral ante la mirada atenta de todo el mundo allí congregado, incluso el tren navideño se había parado para dejarlo pasar.

 

Algo hipnótico había en el prehistórico vehículo que hacía que fuera objeto de atención.

 

Paró en la puerta y del coche descendieron el chófer y el asistente para rápidamente abrir la puerta trasera y facilitar la salida del votante que transportaban.

 

El trato hacia aquel individuo era inmensamente educado y servil. Un hombre bien vestido con unas inmensas gafas de sol Gucci descendió del coche rechazando el sobre con la papeleta de voto y el bocadillo que el asistente le ofrecía se dirigió a la puerta del recinto y el portero le preguntó:

 

-¿Para votar a Mar?

 

A lo que el individuo contestó:

 

-No.

 

Sin mediar más palabra se introdujo en el local y se dirigió a la única cabina sin ocupar por los desdichados votantes que habían sido expropiados de sus vestimentas.

 

El concejal con apellido divino observó la atrevida acción del sujeto y fue tras él:

 

- Oiga. ¿Qué hace usted?, preguntó enfadado el concejal.

 

- Voy a ejercer mi derecho a voto y lo voy a hacer en secreto. ¿Algún problema?, le dijo el hombre mientras se quitaba las gafas de sol.

 

El concejal reconoció al instante de quién se trataba y le dijo:

 

Pero hombre, ¿cómo te atreves a votar lo que te dé la gana? Como venga la señora vas a tener problemas.

 

- Más de los que ya tengo no creo, le dijo con una media sonrisa y se introdujo en la cabina.

 

El de apellido de Dios del vino lo siguió y entró en el habitáculo con una papeleta de la más grande en la mano y cuando estaban casi pegados por la falta de espacio le dijo:

- Toma esta papeleta de la señora y haz lo que tienes que hacer.

 

El hombre de traje elegante cogió la papeleta y con un gesto sutil de muñeca pasó el filo del papel por el cuello del concejal degollándolo al instante.

 

-Es increíble lo que puede cortar un papel, pensó mientras salía de la cabina y depositaba en la urna su voto.

 

El desaliñado había vuelto a actuar, ahora convertido en un gentleman y como si de un escapista se tratara volvería a desaparecer sin dejar ningún rastro.

 

Bueno, eso no era del todo cierto, porque en la urna había dejado un mensaje para ELLA…

 

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