Silverio Franconetti, de ascendencia italiana, era hijo de Nicola Franconetti, un italiano de Roma, jefe de la Guardia Walona y que se instaló en la capital hispalense y perteneció más tarde al Cuerpo de Inválidos de Sevilla. Nicola dejó las armas, montó una sastrería en la ciudad y se casó con Concha Aguilar, de Alcalá de Guadaira. A uno de los 9 hijos que tuvieron le pondrían el nombre de Silverio, que llegaría a ser uno de los más grandes cantaores y precursores del flamenco de todos los tiempos. (Imagen: Plaza de la Alfalfa).
Silverio nació en el barrio de la Alfalfa en Sevilla, (en 1830 o 31). Con diez años se trasladó la familia a Morón donde su hermano mayor dispuso la sastrería. Silverio no gustaba de costuras ni de escuelas y se escapaba para irse a merodear por las fraguas gitanas a escuchar y aprender los cantes de los gitanos viejos de Morón. Allí, uno de los cantaores habituales era el “Fillo” que, al ver el interés de aquel niño y sus facultades, no dudo en enseñarles los más puros cantes gitanos de la época, animándole para que siguiera formándose hasta convertirse en un gran cantaor. Desde entonces, para el pueblo gitano, Silverio tuvo un encanto especial; tanto, que le acogió y le admiró.
Siendo aún muy joven se dedicó al cante de forma profesional y para ello se trasladó a Sevilla y más tarde a Madrid, donde tendría mucho éxito. Con 25 años viajó por Sudamérica. Unos dicen que invitado como artista, otros detrás de unas faldas; incluso dicen que sus padres lo quisieron apartar del cante... ¿quién sabe? Allí, con el tiempo, se enroló como picador de toros y se alistó en el ejército uruguayo, llegando a ser oficial.
Tras ocho años de ausencia, volvió a España, como un indiano rico, con espesa barba y con más peso de la cuenta. Una vez aquí, cuenta Demófilo, que cantaría en una venta de Jerez, acompañado por el maestro Patiño, una seguiriya gitana y los asistentes quedaron tan sorprendidos por aquel torrente de voz y aquella manera de cantar…
¡Cómo cantaría que, muchos, sin reconocerle, intuyeron que era aquel cantaor payo que se fue a las Américas y que tan bien hacía los cantes!
Muchos rememoraron aquella seguiriya del famoso Silverio, heredada sin duda de los grandes como “El Fillo”, “Los Pelaos”, “Los Caganchos”…
Desde que regresó de América quiso ser empresario y se dedicó a levantar Cafés cantantes con más pena que gloria pues, a pesar de ser un buen emprendedor, no llevaba bien los negocios. Entre actuaciones en Sevilla y Madrid, en 1868 se casó en Málaga con Ana Torrecilla, de Linares, y decide instalarse en la Alameda de Hércules.
En 1871 es ya el director de “El Recreo”, y comienza su relación con Manuel Ojeda, dueño del Café del “El Burrero”. Más tarde se separarían y Silverio montaría su propio café que llevaría su nombre. Por ambos pasarían cantaores como Chacón, La Serneta, Fosforito el Viejo, La Parrala y todo el elenco del momento. Pero los negocios no le fueron bien y tuvo que cerrar el último salón sevillano. Luego marchó a Córdoba donde siguió cantando y acondicionó un local para espectáculos flamencos. Por último abrió otro en Extremadura. Sería otro fracaso y ese mismo año (1889) se produciría su muerte.
Silverio no fue precursor en sacar el cante de los más bajos estratos sociales – de las cuevas y las tabernas – y subirlos al tablao, ya lo hicieron “El Planeta”, “El Fillo y otros”. Sí sería el cantaor y empresario que más luchó por dignificar el flamenco, dominaba todos los palos, vivía por y para el flamenco. Su conocimiento de los ritmos y el compás le han hecho compararle con los mejores músicos. Pero además, por su visión cosmopolita, fue capaz de augurar el futuro del flamenco; intuía que la puesta en los escenarios, la solidez en sus intérpretes, el enciclopedismo podía hacer llegar nuestro arte a otros sectores de la población, que en aquellos momentos del XIX estaba relegado a unos pocos. Por ello colaboraría con Demófilo (padre de los Machado) en su gran obra: “Colección de Cantes Flamencos.
Antes de Silverio, los cantaores se limitaban a uno, dos o tres palos a lo sumo, en los que eran maestros. Sin embargo, Silverio, según los que le escucharon, amplió su conocimiento y su repertorio y le ofrecía al público una mayor variedad.
Silverio fue el que dio significado a los cafés cantantes, el que valoró a los artistas y les dio un sueldo digno. Sobre todo a los artistas gitanos, que eran la mayoría y que vieron en él una especie de mesías payo, que no solamente cantaba bien sino que les hacía llevar unos “jurdós” para sus casas. Todo eso hizo que el mundo del flamenco le considerara “El Rey de los cantaores”. Ya comentamos alguna vez que Silverio tuvo sus más y sus menos con el Nitri, porque chocaron dos locomotoras, una eléctrica, que veía venir el futuro y otra de carbón que pensaba que no había que abrir el cofre y conservarlo en sus orígenes.
Fernando el de Triana, que le escuchó cantar en muchas ocasiones, recoge en su libro: “…fue el único cantaor que lo cantó todo extraordinariamente bien”. Tal vez haya sido Silverio uno de los que más ha aportado a la transformación y consolidación de lo que conocemos como flamenco.