La magnífica representación del último hálito de vida, en la imponente figura del Santísimo Cristo de San Pedro, puso el colofón al Viernes Santo en Marchena.
Se escucha el silencio desde la carretera de los Poyetes. Traspasa todas las paredes y los muros de calle Carrera. El Santísimo Cristo de San Pedro hace apenas tres cuartos de hora que ha salido del convento dominico y aún se erige en los recovecos de la calle San Francisco, cónclave de quintas y testigo del solemne caminar de la hermandad.
Estrechas hileras de nazarenos negros (cíngulos rojos) imponen ese respeto que se gana la hermandad de la misma forma que se levanta este paso, con maestría, a pulso. Muchos quilates en Alfonso Andrés, veterano capataz de nuestra Semana Santa, y sangre cristera en Lorenzo Salvador, fieles a la costumbre de vestir de túnica.
El paso avanza con sencillez y pulcritud, escoltado por su tradicional cuerpo de acólitos. Pequeños trayectos, cortas paradas. El agónico suspiro final evidenciado en el rostro del Cristo, inclinado e impregnado de tenebrismo en el cierre de sus ojos, la huella de sus propios huesos y heridas, el impresionismo patente de sus brazos completamente abiertos en la cruz, concentran las miradas del público, así como de las hermanas religiosas de San Andrés entre las rejas de sus ventanas.
Solo la leve música de capilla le acompaña e impera entre los restos de las torres de Marchena, solemne y poderoso, el Santísimo Cristo de San Pedro, que muestra sus respetos a una mujer mayor enferma, inclinándose el paso hacia su ventana, al igual que a continuación haría la cuadrilla de María Santísima de las Angustias.
Multitud de fieles tras el paso y numerosas cruces negras quieren acompañar al Cristo, marcando el telón de fondo del tramo de misterio el magnífico dosel.
Le sigue María Santísima de las Angustias (al mando Antonio Canto e Ismael Paque) en un cortejo que se extiende desde el inicio de la calle San Pedro hasta el final de la calle de Las Torres, formado por unas 650 personas y una cantera inagotable de pequeños penitentes, como perenne también resulta el entusiasmo de los más pequeños por los caramelos, estampitas y bolas de cera.
Acompañada por San Juan Evangelista (única imagen de nuestra Semana Santa con dos figuras en el paso de palio), viste con la elegancia que acostumbra y atraviesa el corazón de Marchena, Los Cantillos, a las once menos veinte de la noche.
La banda Villa de Marchena, dirigida por Javier J. López Padilla, interpretaba la maravillosa ‘Soleá dame la mano’, de Manuel Font de Anta, marcha ya casi centenaria, inmersa en los siglos de historia de la hermandad cristera, con la que expira, colosal, el Viernes Santo.