En plena madrugada emerge el Viernes Santo en Marchena. Rachear de costaleros que se oye a lo lejos, un cerrojo que se abre, un murmullo transitorio y un silencio que se hace. Aparece en escena Nuestro Padre Jesús Nazareno.
Infalibles a su cita, quienes han madrugado y quienes aún no habían dormido, esperaban a las puertas de San Miguel con bastante tiempo de antelación ese momento irrepetible y que cada año se vuelve a producir.
La saeta brota por las venas de los primeros que le cantan a Jesús, sus milagros, a su penitencia, a sus caídas, a su sangre derramada. Antes ha roto el pueblo a aplaudir nada más que el Señor de Marchena ha transitado del templo a la calle. ¿Cómo debe sentirse la ovación de las seis de la mañana bajo las trabajaderas?
La túnica es nueva, de terciopelo, color morado oscuro, donada por el equipo de priostía. La luna llena es la de siempre, medio escondida entre las nubes. La torre de San Miguel todo lo contempla. Saetas, poesías, y ambas que se dan la mano en un no parar que nunca termina de impresionar.
Hombres y mujeres de Marchena que vuelcan su agonía, sufrimiento y admiración en Nuestro Padre Jesús Nazareno y que de las penurias y ejemplo de la vida de Jesús se sienten identificados en el flujo continuo de sentimientos que depara el la noche de Viernes Santo.
En la calle San Miguel la nube de incienso en torno a la estela de Dios-Hombre que el rostro de Jesús embarga, detiene la noche, aún noche. Jesús camina despacio, seguido de fieles y gentes delante y tras de sí.
Los nazarenos oran portando velas rojas, inconfundibles, y las melodías de la música de capilla del paso del Señor y de la Virgen de las Lágrimas son telón de fondo, con San Juan Evangelista de por medio. A ninguna de las tres imágenes abandona el pueblo de saetas, caminando cercanas hacia el amanecer.
En la plaza del Pololo acaba de romper el día, nublado y plomizo, extraordinario de temperatura. A las ocho menos veinte, expectación. Prenden a Jesús los soldados. El paso del Señor se inclina en gesto de haber observado a los soldados y Judas, representado por Juan Fernández, vende al maestro por treinta monedas después de que Enrique Casado sea el encargado de cantarlo.
Gris el cielo de Marchena, el Señor carga su cruz hacia el Arco de la Rosa, Ayuntamiento, calle San Francisco. Palomas y cigüeñas en los tejados alzando sus vuelos. El tiempo que pasa, las saetas se despliegan, Jesús que trasciende inquebrantable.
*Agradecimientos a la familia Baranco Sanguino.