Negro silencio y austero hace en Marchena a su paso por las calles el Santísimo Cristo de San Pedro, sin ruido, sin pausa en su breve recorrido. Negro silencio y rojo sangre de su escudo de las cinco llagas y reflejado en los cirios y botonadura de sus nazarenos. Le acompaña María Santísima de las Angustias junto a San Juan Evangelista. La marea negra interminable de pesar y dolor de este Cristo que Marchena ha esperado en el anochecer del Viernes Santo y le observa, en multitud en el Ayuntamiento, en recogimiento en Orgaz, que le observa en su más que patente agonía.
El Viernes Santo por la noche en Marchena representa la más viva imagen del silencio. No hay cofradía en una multitud tan inmensa como la que se concentra en el Ayuntamiento de Marchena, que se quede más callada que no sea en otro momento en el que aparece con la boca y los ojos entreabiertos el Santísimo Cristo de San Pedro, por la puerta del céntrico convento dominico.
Malherido, destrozado, ensangrentado, escuálido, aparece el Santísimo Cristo de San Pedro entre niños que se agolpan en las barandas de Santo Domingo, el pueblo que disfruta en las escaleras, en las alturas contemplando en la distancia al Cristo de San Pedro, al Cristo moribundo.
Nazarenos negros y un amplio cuerpo de acólitos le escoltan y en las escaleras de Santo Domingo se repiten las escenas con la cruz bajada para que quepan el Cristo y su suntuoso dosel por las puertas del templo y sea su imagen sacada a procesión en las calles de Marchena. Los murmullos de petición de silencio se multiplican pero sólo duran un segundo, porque el pueblo le guarda respeto al Santísimo Cristo de San Pedro.
La música de capilla con fagot, oboe y clarinete le acompaña casi imperceptible entre Miserere escaleras abajo con la máxima concentración de la cuadrilla de José Manuel Conejero, José Rodríguez, Miguel Ángel rueda y Rubén Trassierra. El gesto del Cristo hace ver que parece que fuera a caer desplomado, en el trance hacia la muerte.
Le sigue un buen número de mujeres detrás del paso y posteriormente van desfilando negros nazarenos que anteceden a María Santísima de las Angustias y San Juan Evangelista, el discípulo más joven con saya verde y mantolín carmesí que intenta paliar el drama vestido de claveles blancos, bugardias y estátices.
Toda ornamentación siempre será poca porque la Angustia la lleva por dentro entre cálidas voces de la Escolanía de los Palacios y que acaba por hacer completo el silencio. Qué maravillosas melodías suenan a la salida de la Virgen de las Angustias obsequiándole de dulzura para hacer el camino. Son ya conocidos desde que actuaran desde mediados de esta década en el Miserere de H. Eslava en la Catedral y han dado paso a la Angustia a las calles de Marchena con un tema de la banda sonora de Ennio Morricone para la película La Misión.
Después de que las Angustias haya saludado al pueblo incansable congregado en las escalinatas del Ayuntamiento, la Escolanía de angelicales voces que recuerdan a la de los Chicos del Coro y ya suponen por sí solos otra de las peculiaridades de la Semana Santa Marchenera, han deleitado en calle Orgaz, donde se ha hecho el plácido silencio en la noche en calma con un Ave María excepcional, conmovedor, frente a las puertas de la casa hermandad del Dulce Nombre.
Tras el transcurrir por San Francisco y el centro ancho de Marchena, Calle Orgaz de corte fúnebre al paso del Cristo, que aunque sin urna, no deja de ser protagonista central de un espectáculo fúnebre, negro, de ciriales y ribetes rojo pasión, de reflejos de cera que invitan a la meditación.
Llega moribundo el Cristo de San Pedro a Orgaz, con grandeza imperial por el dosel y por su figura de gran envergadura. Contrasta con que llega con brazos extendido, con la expresión exhausta por el cansancio y sufrimiento que le lleva a su final. Envuelto en ese misterio de incienso tan propio de los Cristos marcheneros, con su cuerpo de numerosos acólitos abriéndole el paso.
Suenan saetas del Cristo de San Pedro desde los balcones. Ese canto a la antigua usanza compuesto para cantarlo con dolor seco, con sufrimiento áspero, para cortar el aliento de quienes los escuchan en esa calle de silueta sinuosa con la imagen imponente del Cristo. ¡Cuánto dolor en el saetero, cuánta fuerza y cuánta garra en el remate de las quintas y las sextas de agonía que resuenan desde casi medio milenio atrás!
Y así marcha hacia Santo Domingo con silencio fúnebre y silencio de melodías dulce de la Escolanía que atrás acompaña a la Virgen de las Angustias rompiendo los corazones. Siempre con negro silencio entre nudos en la garganta que observan ya como gira hacia San Sebastián para volver a su convento solemne y abatido el Cristo, con angustia interminable la Virgen.