Llegó el Viernes Santo de esta esplendorosa Semana Santa, el viernes madrugador y en el amanecer, la luz se hizo más intensa con la llegada a la Plaza Ducal de Nuestro Padre Jesús Nazareno, el rostro de la fe de un pueblo. Que huyó de la Virgen para ocultarle sus heridas, que fue limpiado por la Verónica regalándole las facciones de su rostro, que bendijo al pueblo marchenero concentrado en masa en el Mandato, y que partió hacia las multitudes perseguido por una legión de cascos y plumas blancas. Juanillo le siguió fiel y en las Lágrimas no cupo el consuelo a pesar de la radiante tarde de primavera.
Parte en silencio, llega en multitudes y a medio camino es protagonista de una de las representaciones más simbólicas e imponentes de nuestra Semana Santa. Llegan romanos, de la tropa formada por más de cien armaos a pie y a caballo, de la Centuria de Nuestro Padre Jesús Nazareno, mientras los costaleros que han madrugado para sacar a Jesús, San Juan Evangelista y la Virgen de las Lágrimas desde San Miguel dejan su paso a otros emocionados en una mañana que comienza a romper espléndida.
Ahí van los romanos con sus estandartes, su capitán Miguel Delgado, su cabo Mateos López, su tropa, su caballería, rememorando con todo detalle la muerte de Jesús, con su enorme cruz a cuestas y la expectación va creciendo en una Plaza enorme con una gran afluencia de público respecto a Mandatos inmediatamente anteriores.
Huele a vieja tradición. Nuestro Padre Jesús Nazareno hace entrada por el arco de la Plaza Vieja que da lugar a Santa María y San Juan Bautista comunica el dolor de las heridas a su madre, que acude llorosa al encuentro del Hijo, éste huye en un principio para no aumentar la preocupación y San Juan intercede para que acepte mostrar sereno, el peso de su cruz.
El racheo de zapatillas en el lento baile de pasos da vida a esas imágenes que dejan de ser simples pasos cofrades; parece verdad cuando el capataz, Manuel Ramón López Pavón, llama a sus costaleros para que Jesús evoque las tres caídas. Nuestro Padre Jesús Nazareno, singular, inspira esfera divina en sus facciones de rostro marcadamente humano que se dibuja en el paño con el que la verónica le enjuga su sangre y sudor.
Jesús Nazareno al que se escucha cuando bendice al pueblo de Marchena. Mirando a su rostro parece que fuera a hablar, aunque Jesús habla, habla a muchos fieles que le siguen incondicionalmente a su capilla, es el rostro de la fe de un pueblo, es la imagen persuasiva e imponente, cargado con su Cruz a cuestas, es la fe a la que se agarra Marchena buscando respuesta, es el encuentro a una pregunta, a un recuerdo.
Sale del Mandato cruzando la puerta hacia Carreras en un oleaje de plumas blancas y cascos, de los armaos que lo escoltarán, huele a Semana santa centenaria y castiza del pueblo de Marchena, a tradición sin igual, a Marchena autóctona en su historia mientras la imagen de Jesús se hace más poderosa en esta estrecha y coqueta calle a golpe de tambores secos y sones de dolor de la banda de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora del Carmen.
Los nazarenos evocan su Pasión con los cuadros representativos de la historia de su muerte, de su caída y de su resurrección, algunos de ellos amarrados a cadenas de fe y esfuerzo, a cadenas de pies sencillos y trabajadores que arrastran sus penas y sus promesas por las calles de Marchena junto al centenar de mujeres que le siguen fieles tras sus pasos.
Jesús Nazareno se gira en deferencia a las monjas de San Andrés y camina haciéndose más azul los cielos las Torres abajo para ser observado poco más tarde por multitud en Los Cantillos y en Calle San Sebastián.
Jesús camina sobrio con su túnica sencilla, la que mejor conecta con los sentimientos de un pueblo, la que le desprende de todo lujo de detalles para ser él mismo, y decimos él sin mayúsculas, porque él es humano, él es hombre sufridor, él es valiente y perseguido por proclamar sus verdades, él ha proclamado su fe en coherencia consigo mismo, él se ha alejado de todos los poderes en solidaridad con los hombres y mujeres, en amor a los débiles. Ese es el ejemplo de Jesús Nazareno, fuerza de voluntad y de ser uno mismo en la vida.
Y no puede ser de otra manera que su túnica sea de hombre sencillo y humilde, y no puede ser de otra manera para que Jesús siempre siga siendo del pueblo de Marchena.
Hecha esta defensa de la túnica, San Juan Evangelista ofrece imágenes del futuro de la hermandad, de esos niños con pequeñas crucecitas y monaguillos de morado que le dan alegría a la procesión, de esos costaleros aún niños muchos de ellos, comandados por el capataz Rafael Gallardo y tras sus pasos, la banda de Nuestro Padre Jesús de Fuente Palmera. Han salido este año un buen número de nazarenos, que sumado al paso de los armaos, más de un centenar, mujeres tras el paso y toda la comitiva, hace que hasta el paso de las Lágrimas la procesión se extienda por hora y media a su paso por cualquier lugar.
Pero Marchena espera porque no quiere dejar sola en el llanto a la Virgen de las Lágrimas, la más desconsolada de las vírgenes, de azul marino por el centro de nuestro pueblo, de bellas flores blancas y rosas para calmar su amargura, porque bien podría llamarse la Virgen de la Amargura, aunque amargura no cabe, caben lágrimas de desahogo, lágrimas de dolor materno. Portan el paso valientes al mando de Antonio Martín, Carlos Hidalgo y Antonio Jesús Fernández, con Francisco Moreno y Pablo Calderón de contraguías del desconsuelo.
La Virgen baila acompasando su palio los sones de la banda municipal de Arahal, la Virgen plateada es observada desde los balcones y atraviesa la multitud de Cantillos para poner en los marcheneros una lágrima que les hermana con ellos, una lágrima en sus ojos, o una lágrima en sus gargantas, pero lágrima al fin y al cabo.
Ya avanzará en su camino a su casa de San Miguel, ya recibirá el pueblo con júbilo a Jesús en su barrio, ya comprenderán los marcheneros que bajo su mirada hay luz, luz de sangre y sacrificio, luz de generosidad, luz en el Nazareno y Luz en las Lágrimas, luz de hacer camino, luz que no comulga con la prepotencia y el figureo, luz de los hombres de bien, luz sencilla de humildad, luz de Viernes Santo, luz poderosa de esfuerzo incondicional, toda ella, luz de los que nunca piden y siempre dan, luz de Marchena.