El Señor de la Veracruz navega por San Juan. Sólo hay que clavar la vista arriba, en su Cruz, atisbar su mirada por mares de incienso. Envuelve cada Jueves Santo en historia pura de Marchena con la leve inclinación de su rostro y a sus pies, lirios morados. Hay silencio respetuoso que reafirma la dignidad del Cristo y huele a cirios verde paz. Se rebosa antigüedad y tradicion en Marchena. Y le sigue la Virgen de la Esperanza en su palio de cielo estrellado por las angostas calles centenarias de nuestro pueblo.
Marchena vivió más que rota, desdoblada, la noche del Jueves Santo, entre lo melódico y dulce que encierra San Sebastián, y el respeto y la historia despanpanante y elegante del barrio de San Juan, punto emblemático del trayecto de la más antigua de las hermandades, la Antigua y Fervorosa Hermandad Sacramental de Ánimas, Archicofradía del Señor de la Santa Vera Cruz y Nuestra Señora de la Esperanza, casi cinco siglos de historia a sus espaldas, y los que le quedan.
Da la sensación este 2010 cofrade una vez más que las estampas infantiles parecen las mismas, y se asocia Niño por definición al Señor de la Paz y al Dulce Nombre, incluso a 'Juanillo' en el Viernes Santo por la mañana. Pero el verde y blanco de pequeños nazarenos, mayordomos y monaguillos es viva imagen de que siempre serán las mismas ilusiones, pero trazadas en otros rostros que auguran perdurabilidad en el tiempo a constar por los numerosos niños que acompañan a sus titulares y siguen los pasos de sus adultos acólitos de morado elegante y con sabor a antaño.
Atmósfera fascinante de horizontes oscuros de candor de los cirios de los nazarenos y sombra del Cristo de la Vera Cruz en las fachadas. Ya ha salido de San Juan después de realizar la estación de penitencia ante el Santísimo en el interior de la parroquia matriz, ya avanza en campos de lirios morados. Porque la Vera Cruz es blanca, verde y morada.
Y San Juan se hace más bello se mire por donde se mire, y la fachada del Archivo Municipal y de todo el entorno de este casco antiguo que se llena de encanto, imponente al paso del Señor de la Vera Cruz en Marchena en la Madrugada de Jueves Santo. No le faltan las saetas a sus pies.
Bajo los sones de tambores secos de la banda de Nuestra Señora de la Palma, avanza el Señor de la Vera Cruz (45 costaleros en cuadrilla y José Romero y Manuel Ricardo Labella de capataces) con su sudario, su nueva corona recién estrenada hace dos años y su cruz de plata restaurada para la ocasión. Ya avanza el Señor de la Vera Cruz con esa leve inclinación de su rostro, sereno. Se difumina, se pierde en brumas de humo que crean indescriptibles mundos en los cielos. Así se ve como más lejos, así se siente como más cerca.
Le sigue la Esperanza de su madre, la Esperanza rosada, blanca, morena, acompañada en esta noche paradisiaca sin el tradicional frío de Jueves Santo, por su fiel banda de Nuestra Señora de Palomares, de Trebujena, treinta y dos años tras sus pasos.
Y le tocan al palio de estrellas en el oasis de palmeras, Candelaria, de Manuel Marvizón, y Amarguras, de Manuel Font y de Anta. Suena Amarguras, que es altura musical, sine qua non de las marchas cofrades y que en ese marco incomparable, Amarguras huele a Esperanza y Esperanza, que se mece, a Emoción, y Emoción es Semana Santa.
Sigue su recorrido entre flores blancas y tulipanes Nuestra Señora de San Francisco por el barrio antiguo de Marchena, en ese transcurrir de calles angostas y coquetas que llevarán a la hermandad de la Veracruz al eterno retorno de mano de los capataces hermanos Carmona. El Señor de la Veracruz ha tomado Doctor Diego Sánchez, Miguel de Cervantes y Cristóbal de Morales en esa revirá antológica que le lleva a Padre Marchena, sereno, con esa leve inclinación de su rostro.
La procesión de San Francisco es recortada en su recorrido, vuelve sobre sus pasos, parece como no querer alejarse de su capilla de San Francisco más de lo preciso, y sin embargo es infinita en el espacio, no ha hecho más que volver en breves instantes hacia San Juan y el templo ya se hace horizonte pareciendo más lejano, pero no menos bello, al paso del Señor de la Veracruz.
Las nubes se han hecho mar de incienso y el Señor de la Veracruz navega ante la mirada absorta de sus fieles, de quienes le acompañan en procesión y desde quienes los ven desde las aceras. Todos los colores se hacen uno, todos los sonidos se hacen uno, sonidos y colores son silencio en Padre Marchena.
No hay rincón donde sea posible mirar sin descubrir la belleza. La belleza que es ligero murmullo de cadencia silenciosa que se hace silencio completo a la entrada del Señor en la calle por donde comienza su principio del fin en su estación de Penitencia. Los sones de la Banda de la Borriquita son ‘Silencio Blanco’ en el mar de capirotes verdes y túnicas blancas. Un par de solos estremecen las almas y el crujir de los tambores y cornetas al unísono final retumban en seco en la Marchena milenaria.
Los balcones son balcones de Esperanza y las lágrimas que afloran en los ojos de la Virgen parecen llorar la pena de que sea Jueves Santo ya entrado a viernes, de que ya quede menos, para que los cirios verdes le sigan alumbrando hacia su capilla.
Llanto de que acabe el Jueves Santo, uno más en la historia, uno esplendoroso, lágrimas contenidas en la vuelta a San Francisco. 365 días cuentan todos los relojes para que todo lo vivido vuelva a ser verdad.