Llega un nuevo año y más allá del balance de lo bueno y malo, como diría la canción, se entrecruzan una serie de propósitos, objetivos y sueños contra los que no debiera haber viento que pudiera. A través de los ojos de dos tradiciones, de los altares de mayo en la forma en la que es vivida por los niños, y de la guardia romana, promulgamos el cariño y la ilusión que desde ambos frentes se divisan cada primavera, esperando que estos valores, por encima de éxitos o fracasos, sigan apareciendo y despertando emociones en el Nuevo Año.
Y es entonces que por eso queremos un 2016 lo más parecido a una calle San Francisco en un sábado de mayo; colorida, risueña, jolgoriosa, resplandeciente.
Detrás de todo eso hay aún más, y arriba, y a ras de suelo. Existe como en la última noche del año, vida en familia, encuentro entre generaciones, sonrisas nerviosas ante algo nuevo por mucho que parezca igual.
Existe asimismo un desglose de emociones difíciles de entender, que se adivinan en miradas ensimismadas, fascinación en los niños por lo que ante sus ojos son imágenes cargadas de arte y misterio, incertidumbre e inquietud como la que reina en los hombres en el 31 de diciembre ante un nuevo golpe de hoja en el calendario para abrir una página en blanco, un nuevo año.
Cariño, entrega, pasión, entusiasmo, energía. No sabemos a ciencia cierta si tales atributos predominan en nuestra sociedad, sí nos preguntamos cómo en seres que dan sus primeros pasos se dibujan tales cualidades a granel y por qué no abundan todo lo deseable en el ser humano adulto.
Estampas de formalidad, de educación, de atención en lo que se hace y en lo que se vive a pie de paso. Hoy, 31 de diciembre o 1 de enero, según se mire, cuando las doce den en el reloj de la Puerta del Sol o en el de nuestras casas, un plus de concentración en el deseo de que todo mejore, existirá, ya haya desesperanza o pesimismo más que razonable, volverá a haber energía depositada en nuestros mejores deseos, haciéndose el misterio.
Y así se hizo en un anochecer que nos queda lejano por aquellos tiempos de mayo, pero que tarde o temprano siempre llega, que siempre empieza en un rayo de luz de una tarde que empieza a caer y que culmina en un cielo, como el de hoy 31 de diciembre, objeto de nuestras miradas, pensamientos y sentimientos, ya sea agasajados por los nuestros o en la soledad de nuestra reflexión, veamos el campo al descubierto, o a través de un respiradero como esos niños.
De niños pasamos a hombres, a la guardia romana. Una guardia donde las mujeres reinan y se lo han ganado a pulso. Homenajeadas Amparo, Esther, María del Mar y Rosario, junto a Remigio, vestidores y vestidoras de la guardia romana del Dulce Nombre de Jesús.
Túnicas y capas que son cuidadas con esmero un año detrás de otro como así ha permanecido diez en la capitanía Antonio Ángel García.
Cariño que se transmite entre generaciones y consejo a los más pequeños para una nueva cita más, una cita grande como es la de Jueves Santo.
¿Quién no da un consejo inculcando respeto, una palmada en la espalda o un empujoncito de ánimos, una frase donde se deje el alma para seguir creyendo en lo que sea en el final de un año o principio de otro, así como entre amistad a raudales se aprecia entre los hermanos de la guardia, y también costaleros, músicos…esperando un nuevo momento?
¿Qué, si no expectación, se apodera de nuestras emociones en las campanadas a un nuevo año?
De una forma o de otra, cada cual a nuestra manera, llamaremos hoy a 2016. A esta es, aquí está, al cielo con él, paso al frente, cargándolo sobre nuestros hombros y mirándolo con anhelo como los niños o firmeza tal como hace la guardia romana, deseamos a todos en inmenso agradecimiento por seguirnos, un cordial y próspero año 2016.