Esperanza Romero cumplirá 93 años en agosto de este 2023. De la mente de esta marchenera brotan de memoria poemas y canciones que rebosan identidad andaluza por los cuatro costados; de esa que sale de las entrañas sin programación didáctica alguna que obligue a soltarla casi porque sí. La Virgen de la Soledad, el Cristo de San Pedro, el Puente de Mamedra y el Arco de la Rosa, y Lola Flores, y sobre todo Marchena, y su gente a la que le vuelca un mar de jazmines de cariño cuando recita poemas esta marchenera insigne, creadora, compositora, trovadora y poeta. Los pequeños niños y niñas del colegio Padre Jesús, pese a que poco puedan entender por su corta edad, se deshicieron entusiasmados saltando de emoción a cada estrofa, a cada verso; la emoción no entiende de fronteras en el tiempo y en sus vidas probablemente no olviden este Día de Andalucía que disfrutaron en su centro escolar.
Pequeños de 3 a 5 años preguntaban, observaban e incluso con un grado de atención alto para la edad que gozan, seguían fijamente con sus miradas no solo los poemas y canciones de Esperanza Romero, que aunque poeta aficionada, bien merecería que algunas de sus composiciones fueran guardadas en el Archivo Municipal, en bibliotecas escolares o en futuros museos que cultura marchenera quieran mostrar al fondo, sino que también eran capaces de mantener un intercambio fluido de preguntas en la amena charla.
Qué base de datos, qué documentación gráfica, qué manera de hacer vernos a todos la película a través de la que sus ojos han sentido y han palpado la Marchena del siglo XX que se fue y de la que apenas de esta manera oral, conversacional, en la frescura del diálogo, algo nos puede llegar al alma para imaginarnos la vida de nuestro pueblo, tal cual film de cine, en este caso con el particular encanto del recitar versátil y saleroso de Esperanza, Esperanza Romero Carmona, nacida en calle la Mina número 56, única hermana de seis hermanos que queda viva y que a preguntas de los niños les respondía que fue algunos cursos alumna de Santa Isabel y que jugaba en plena calle a la piola y a los cromos, que en el campo ha segado, ha recogido algodón y aceitunas y que "todo lo que tenía que hacer, lo hacía", incluido algo de tal raigambre andaluza como el cisco y el carbón, que vendía por la calle, o ir durante 26 años a 'La isla' a segar arroz.
Retales de su vida, que, previo descarte de cantar coplas de Carnaval, "que son muy picaronas", advertía Esperanza para evitarlo ante el público infantil, pasó a recitar poemas de distinta clase a cual con más categoría que el anterior ante los ojos atentos de todos y de su nieta Rebeca, así como de su pequeño biznieto, alumno de Nuestro Padre Jesus, Romeo.
Y así, de corrido sin un solo error, os lo podemos asegurar, fue recitando sus poemas a la Virgen de la Soledad. Y eso no era un poema; era una petalada con palabras, un canto de luz a una tradición eterna como las moleeras, a los corazones en requiebro y a las lluvias de saetas.
"Pasito a pasito", explicaba al alumnado Esperanza su manera de componer: "Cuando me despierto a las tres o cuatro de las mañana, me siento en la cama, hasta que saco la poesía y me pongo a decir una y otra hasta que no se me olvida y se me queda en la cabeza", momento a partir del cual se olvida del papel, que ni lo necesita.
Es interesante, por su misticismo y fuerza penetrante, a la vez que sencillez y claridad, cómo narra el encuentro, una noche en su morada, con el Santísimo Cristo de San Pedro, que la mira cara a cara y las lleva por las calles de Marchena.
Del folclor andaluz salió un poema a Lola Flores rebosate de sangre gitana y de yerbabuena en el cielo, pero sobre todo, de Esperanza brotó una Marchena ebulliciente de gente y de vida en las calles, como en el poema que bien podría ser una narración, al puente de Mamedra: cabreros, jueces, médicos, marqueses, campesinos, vendedoras de bizcochos y dulces en papel, niños y niñas y el tren de las tres camino de Utrera, Isidro de Arcenegui el ministro de Justicia y un agua de San Ginés que es la mejor del mundo entero, que sabe a tomillo, laurel, canelita y clavo....
El del Arco de la Rosa, sensual y cronístico-social de toda una buena parte del pasado siglo, nace en el amor entre la reina mora y el hidalgo cristiano siglos atrás, cuando no existía, todo lo que describe a continuación, con un cariño inmenso de marchenera que quiere a su pueblo y a su gente y sabe envolver el paso de los siglos desde los labios de fuego, el talle de espiga, los dientecitos de almendra y los pechos como la sierra de Cazalla de aquella mora: citas a las monedas llamadas chicas, a lugares, como la Fuente de las cadenas, y sobre todo a la gente y a los pequeños negocios del lugar, a la vaquería, a los hermanos Castillo barberos de pura cepa, al Pololo, a José de la Taberna, a un universo que se ha ido o agoniza y que fue y siempre será Andalucía, como Andalucía es el recitar entusiasta de Esperanza.